Te acercas despacio, sonriente, sin apartar la mirada de la mía.
Ya son medianoche pasada y no hay luna en el cielo. Miles de estrellas centelleantes cubren la bóveda celeste como si de pequeñas manchas de semen perlado se tratase.
Extraña comparación, ¿verdad?
Te sientas a mi lado, bajo la farola que alumbra este cacho de acera y observamos la lancha privada que surca el río, que a la escasez de luz, parece una figura fantasmal.
Sacas de la mochila una botella de vodka barato y desenroscas la tapa, ofreciéndome el primer trago, que acepto agradecida.
Dejo que el líquido incoloro pase ardiente por mi garganta, quemando las cuerdas vocales, inundando mi estómago de fuego líquido, haciendo que los ojos se me llenen de lágrimas indiscretas y el color de mis mejillas se vuelva aún más rojizo que de costumbre.
Ríes y me arrebatas la botella, dándole un trago tan grande que entre las dos nos hemos terminado un cuarto de esta.
Nos miramos y sonreímos como tontas, siendo iluminadas por la luz amarillenta y pobre de la farola a medio fundir que descansa a nuestra espalda.
A lo lejos escuchamos el alboroto de los adolescentes borrachos. Entre ellos están nuestros amigos, seguro, pero no nos apetece formar parte de su fiesta. Nuestra soledad acompañada nos gusta más.
Vacío el bolsillo derecho de mis pitillos y comienzo a preparar un peta para compartir. Alcohol y tabaco, la droga y peste de los adolescentes, pero para eso estamos, para cometer errores, meternos de todo en el cuerpo y al día siguiente no acordarnos de nada, que el lunes nos riamos de lo que dijimos en el finde, y que cuando seamos mayores y lo rememoremos nos avergoncemos entre risas.
Me acercas el mechero y enciendo el porro, aspirando su aroma dulzón y amargo hasta lo más profundo de mí ser. Según dicen en Jamaica, cuatro de estos y tu mente se queda en blanco y tu alma se purifica.
Nos intercambiamos la botella y la colilla y mientras apoyamos las cabezas, tu mano derecha y mi mano izquierda encuentran el camino para unirse, y los dedos de cada una se confunden con los de la otra.
Dejas escapar el aire azucarado de entre tus labios, y con mi boca aún apestando a vodka del malo, me giro, atrapando ese humo dentro de la húmeda cavidad que es el hogar de mi atrevida lengua, antes de que pases una mano por mi nuca y me acerques a ti lo suficiente como para que nos fundamos en un beso torpe y apasionado.
La cabeza me da vueltas a causa de las sustancias consumidas, y solo soy capaz de escuchar el latir de nuestros corazones y la saliva que está siendo intercambiada, un bonito sonido, sin lugar a dudas.
Nos separamos y tardamos un poco en poder enfocar los ojos y vernos lo menos borrosas posible.
Sonrío como una idiota, y tú imitas el gesto, antes de estallar en carcajadas y volver a besarnos levemente, quedándonos con el regustillo de nuestras esencias preparadas para mezclarse de nuevo con la maría y el alcohol.
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