Le quiero

Le quiero.

No hay más, es así de sencillo.

Le quiero.

Cuando le veo, se me acelera tanto el pulso, que siento que las venas van a estallar.

Sé que no es algo casual, que todos estos sentimientos y emociones sobre él no son algo imprevisto, que surgieron, nada de eso.

Todo es implantado, obligado, forzado, impuesto.

Y aún así…

Le quiero, con todas sus letras.

Sus ojos, su boca, todas y cada una de las facciones de su rostro, me vuelven loco.

Y le quiero conmigo todo el tiempo, sin excepciones.

Me es imposible dejar de pensar en él.

Mi cuerpo tiembla con el mero hecho de saber que me puede besar.

Notar sus labios cerca de mí es algo que… dios… algo inexplicablemente placentero.

Y ardo en deseos de que me mire como yo le miro a él, que me deseé con la misma intensidad, que me bese, me muerda, me arañe… me toque.

A veces no logro controlarme, mi cuerpo va por libre.

Me desnudo y entro en la ducha, dejando que el agua fría recorra cada centímetro de la piel, lamiendo todos esos pensamientos que me hacen enloquecer.

Y mi mano va sola hacia esa parte de mí que cobra vida propia con el mero hecho de nombrarle en un susurro.

Apoyo la frente contra los azulejos resbaladizos y me dejo llevar, cierro los ojos, mi mente se pone en blanco y solo queda él.

Solo queda él hasta… que pasa.

Cuando era más joven me daba miedo llegar hasta ese momento, y ahora que lo he experimentado lo entiendo.

El orgasmo es el éxtasis, total y absoluto.

Cuando te llega y se va, no puedes moverte, tu cuerpo no responde a ningún movimiento.

Es como si te dieran una descarga eléctrica que recorre tu cuerpo, de la cabeza a los pies, y es tan fuerte, tan devastadora, que sientes morir… pero sigues vivo.

Respiras, pero no es lo mismo.

En un solo segundo, eres consciente de cada una de las partículas que crean tu cuerpo.

Tiemblas, o eso crees, porque en verdad estas inmóvil.

Es como si tus pulmones se llenasen de aire y gritases con todas las fuerzas, pero sigues callado.

Tu corazón late, pero ese ritmo no es el tuyo, no se parece en absoluto.

Sin que te hayas dado cuenta, te han transportado a otro mundo y te han traído de vuelta.

Es apretar el botón rojo y recibir de golpe todas las consecuencias.

Y allí me quedo, arrodillado en medio del plato de ducha, con la mano aún rodeando mi miembro ahora flácido, intentando recobrar de nuevo el poder sobre mi cuerpo.

En momentos como ese me pregunto, si con el mero hecho de pensar en él yo solo puedo darme todo ese placer, ¿él de qué será capaz?

Y la pregunta me martillea la cabeza con fuerza, deseando ser contestada.

Pero no tengo respuestas para ella.

Cuando le veo, se me acelera tanto el pulso, que siento que las venas van a estallar.

Sé que no es algo casual, que todos estos sentimientos y emociones sobre él no son algo imprevisto, que surgieron, nada de eso.

Todo es implantado, obligado, forzado, impuesto.

Y aún así…

Le quiero.

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