Teclas blancas y negras

Coloqué las manos sobre el teclado y marqué tres notas al azar.

Quería tocar una melodía triste, desgarradora, cargada de todo el dolor que soportaba mi corazón.

Pero estaba tan cansada que mi mente no era capaz de hacer nada más.

Levanté los dedos y los dejé caer sobre otras tres teclas.

Separé los labios y canté, aunque desentonara y no fuera acorde a la música que pretendía tocar.

Cerré los ojos y seguí tarareando sin dejar de marcar las notas en el piano.

Era una completa aberración a la música, pero no me importaba.

Realmente me sentía así, una aberración.

Las personas son seres egoístas, egocéntricos, posesivos y celosos.

Yo no.

Golpeé con más fuerzas las teclas y mi garganta emitió un intento de palabra que se quedó muerta en el aire, convirtiendose en una nota al azar.

Abrí los ojos y esta vez si que empecé a tocar verdaderamente el instrumento.

No sabía que era lo que tocaba, pero por lo menos tenía mucho más sentido que lo anterior.

Iba murmurando al compás las notas que tocaba, y mi cuerpo se valanceaba al ritmo de la música.

Si me fundiera con la música, ¿dejaría de sentir dolor?

Tal vez... tal vez...

Cesé de tocar bruscamente, de golpe.

No podía seguir, no quería seguir.

Apoyé la frente sobre las blancas y negras teclas, y suspiré, derrotada.

Nuevamente la sala de música se ha quedado vacía, y las risas y trazos de conversaciones han muerto entre estas cuatro paredes.

Ya no hay chistes malos ni confesiones a media voz.

Ya no hay nadie.

Solo yo.

Me mordí el labio inferior y levanté el rostro, cerrando los ojos, negándome a ver la solitaria estancia.

Coloqué las manos sobre el teclado y marqué tres notas al azar.

Quería tocar una melodía triste, desgarradora, cargada de todo el dolor que soportaba mi corazón.

Pero estaba tan cansada que mi mente no era capaz de hacer nada más.

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