Veneno

Y de pronto un día desapareció. Sin más, sin dejar el menor rastro de que hubiera existido.

Me pasaba horas frente al espejo, observándome el rostro, intentando averiguar porqué, si un día había descubierto que tenía perilla y asomo de bigote y barba, ahora ya no había nada.

Pero no solo era eso lo que me inquietaba, si no que hacía unos meses gané tres centímetro de altura, ya llegaba al estante de arriba del todo de la cocina… pero, nuevamente, volvía a necesitar subirme a la banqueta cuando quería una tableta de chocolate:

- No digas tonterías, mon coeur, solo son imaginaciones tuyas.- me decía Deneb divertida cuando le comentaba mis preocupaciones.

¡Pero aquello era imposible! Era inimaginable que mis facciones infantiles aparecieran durante semanas, y a los días pareciera como si hubiera crecido tres años de golpe, para que, al poco tiempo, volver a aparentar mis eternos diecisiete.

Eternos… eso era algo que también carcomía mi cabeza desde hacía ¿semanas? ¿meses? ¿años?

¿Hacía cuánto tiempo que me encontraba atrapado en “Nunca Jamás”?

En nuestra isla el paso del tiempo no existía. Los días se sucedían uno tras otro, pero no nos importaba en absoluto. El tiempo era algo que no nos preocupaba. Pero aquella duda me asaltaba algunas noches.

¿Por qué no crecía? ¿Por qué seguía pareciendo un adolescente? Seguro que ya rozaba los 25, era imposible que mi físico no hubiera cambiado lo más mínimo tras todos estos años…

… sí había cambiado, pero después volvía a su estado natural.

Negué, intentando aclarar mis ideas y me dirigí a la cama. Deneb ya había la había hecho y la ropa que me había elegido descansaba a los pies de esta. Sonreí enternecido.

Hacía meses que Deneb y yo… bueno, habíamos decidido que el término “primos” no se ajustaba muy bien a lo que realmente sentíamos el uno por el otro. Y esos pequeños gestos, provocaban que mi corazón latiese frenéticamente.

Me desabroché la camisa que utilizaba como pijama y me quedé desnudo mientras me sentaba en el borde de la cama y comenzaba a vestirme.

Ya no necesitábamos arreglarnos como cuando éramos niños. Nadie más que nosotros (bueno, y Kreacher) ocupaba la isla. Podríamos ir desnudos si quisiéramos. Pero la sangre real Black seguía corriendo por nuestras venas. Por no contar de que mi amada era francesa.

Unos pantalones negros, zapatos, camisa blanca, chaleco y pañuelo. Todo primorosamente planchado y elegido para ir a conjunto.

Me acerqué al tocador de mi prima y cepillé mi lacio cabello negro antes de salir del dormitorio, bostezando, rumbo a la cocina.

El olor del café recién molido, el bacon, y ese puntito de azúcar… ¿sería un pastel? Todo aquello hacía que mi estómago suplicase por el desayuno.

Pero no llegué a entrar en la cocina. Me quedé quieto, observando en silencio junto al marco de la puerta.

Deneb ya estaba allí. Se había recogido su cabello color chocolate en una larga trenza, y varios mechones que solían ser rebeldes habían sido colocados gracias a unos pasadores con forma de mariposa.

Llevaba un vestido de tirantes azul celeste, con un bordado de florecillas rosas por toda la tela. Un pañuelo blanco, de seda, hacía de cinturón, amarrado primorosamente a su cintura.

Estaba de pie junto a la mesa, y vertía de un precioso frasquito de cristal, unas gotas rojizas sobre nuestro desayuno.

De pronto lo comprendí todo.

El porqué no notaba el paso del tiempo, porqué mi cuerpo no se desarrollaba, y si lo hacía volvía a sus diecisiete de nuevo, y porqué Deneb seguía aparentando los dieciocho con los que me enamoré de ella:

- Bonjour, ma vie.- susurré desde la puerta.

Ella se sobresaltó. Pegó un bote hacia atrás y dejó caer el botecito al suelo, rompiéndose este en mil pedazos, derramando su escarlata líquido, empapando sus pies:

- Regulus…- murmuró, sin saber muy bien que decir.

- Eso era veneno, ¿verdad?

Ella asintió, y estalló en llanto. Se llevó las manos al rostro, ocultándolo, y empezó a hablarme atropelladamente en francés.

No la entendía, pero sabía perfectamente lo que me quería decir.

Avancé hacia ella a grandes zancadas, y, tal vez demasiado brusco, la abracé con fuerza contra mi pecho, apoyando mi cara contra su suave cabellera:

- No llores más, por favor…

- Reggie… soy una persona horrible.

La abracé aún más fuerte. Y esa sensación que solía sentir cuando me encontraba cerca de ella, la de querer fundirme con su cuerpo, se hizo patente de súbito:

- No digas eso, mon coeur.

- Yo solo quería que siempre fuésemos jóvenes.- empezó a decir entre llantos contra mi camisa.- Deseaba no cambiar jamás…

- ¿Pero por qué no me lo dijiste?

- Tenía miedo, Reggie… tenía mucho miedo a que no quisieras ser mi Peter Pan…

Reí en voz baja y acaricié su espalda antes de separarla lo suficiente como para poder perderme en sus claros ojos:

- Je serai toujours votre Peter Pan, ma Wendy.

Esta vez, quien rió fue ella:

- Que mal hablas francés, mon amour.

Levanté una mano para poder secar sus lágrimas. No soportaba verla llorar. Ni sufrir, ni siquiera soportaba atisbar una sola mota de tristeza en sus ojos. La amaba demasiado…

Me incliné sobre ella para poder besarla. Primero despacio, con suavidad, deleitándome con su sabor. Pero Deneb pronto me abrazó de nuevo con violencia, introduciendo su lengua de golpe en mi boca, convirtiendo el beso en algo salvaje y apasionado que nos dejó sin aire.

1 comentario:

  1. Mon pettit capitaine,
    Tú siempre has sido el que ha desatado en mí emociones tan fuertes que a veces creo que son capaces de quebrar mi mente.
    Antes de quererte vivía una vida tan tranquila como vacía, simplemente era testigo de como otros planeaban mi vida...
    Pero tú despiertas en mí un miedo atroz a perderte, un dolor lacerante cuando estás sufriendo, un odio que me asusta si alguien te hace daño, un deseo que nunca sospeché que pudiera sentir, y lo más intenso de todo, un amor tan fuerte, tan intenso, que no puedo evitar desear conservarlo para siempre. Tan perfecto, tan tierno, tan arrollador.
    Je t'aime, siempre y para siempre.
    Deneb

    ResponderEliminar