Cera

Hace frío. El otoño cubre la ciudad y el aire se cuela por todos los rincones.

A pesar de tener las persianas bajas y las pesadas cortinas de terciopelo corridas, se nota el frío ambiente entre esas cuatro paredes.

Tiembla inconscientemente, notando como su piel poco a poco está más destemplada.

Las únicas partes de su cuerpo que siguen calientes son con las que la cuerda negra le mantiene atado.

Se sostiene con trabajos en equilibrio, ya que las ataduras le obligan a tener las manos y los pies prácticamente rozándose a la espalda.

Esas porciones de piel le arden, le escuecen. Se encuentran tan calientes que el resto de su cuerpo, a pesar de estar descendiendo paulatinamente de temperatura, no nota el cambio y sigue sintiendo calor.

Escucha los tacones acercándose y sus ojos cerrados aletean bajo el pañuelo negro de satén que mantiene tapada su visión.

Se para frente a él, y puede escuchar perfectamente su sonrisa mientras enciende un mechero.

Un calor diferente aparece pronto frente a su rostro. Es un calor que se balancea sobre si mismo y asciende a más y a más temperatura. Cuando lo retira, ya sabe perfectamente de qué se trata.

El primer hilo de cera líquida cae sobre su hombro izquierdo.

No grita, no gime, solo su respiración se acelera con notoriedad y su cuerpo sufre un leve espasmo.

El siguiente fuego en agua que resbala por su cuerpo es en la nuca. Baja como un río de lava por su columna vertebral y se pierde entre los pliegues de las cuerdas.

La bola de silicona que descansa en su boca se empapa cuando un tercer chorro ardiente cae en su nuez y se desliza tortuosamente entre los pectorales, acabando su viaje en su ombligo.

Cuando la cera caliente cae esta vez cerca de su ingle, la tira de cuero roja que mantiene la bola de silicona dentro de su boca se empapa gracias a un hilillo de saliva que escurre de la comisura de sus labios.

Cada río de fuego cae despacio, sin necesidad de acelerar el proceso. Tienen tiempo.

Su cuerpo tiembla, y a veces se retuerce un poco, consiguiendo que las cuerdas le rocen aún más. Siente frío cada segundo que no nota la cera sobre él y solo se concentra en las risas en susurros de su amante y del sonido de los tacones de esta al moverse.

Cuando el espasmo que sacude su cuerpo es muy notorio, la pequeña cadena de plata que une las pinzas que aprisionan sus pezones, resuena, como si fuera el pequeño cascabel de algún felino.

El dolor de su miembro atrapado roza lo insufrible. Al contrario de lo que pudiera parecer, todo aquel juego le mantiene totalmente excitado, pero el cinturón de castidad mantiene su erección aprisionada bajo el frío cuero negro.

Sin previo aviso, toda aquella deliciosa tortura cesa. Su cuerpo está tan ocupado en mantener el equilibrio a pesar de los temblores y escalofríos que no es consciente cuando ella vuelve a ponerse frente a él y de un soplo apaga la vela.

Sabe que se ha acuclillado cuando nota su aliento cerca.

Sus suaves manos, finas y femeninas, desatan la mordaza y la dejan caer, sin molestarse en recogerla.

Cierra la boca, y la vuelve a abrir, recuperando la movilidad de la mandíbula mientras resuella con fuerza, notando esta vez sus dedos desatando el nudo del pañuelo que le obliga a cerrar los ojos.

Este cae, lentamente, deslizándose con sedosidad por su maltratada piel.

No abre los ojos, aún no, se deleita al notar el roce de su respiración sobre él, moviendo casi imperceptiblemente las pestañas.

Cuando por fin los abre, una fina capa de lágrimas le impide enfocar, pero no le hace falta, sabe de sobra lo que se va a encontrar.

Vanessa está arrodillada delante suya, hidratando sus labios con la lengua, de tal manera que los pensamientos lascivos de Ferb se disparan enseguida, procurándole un pinchazo de dolor entre sus piernas.

La joven morena se inclina sobre él, y acaricia dulcemente la mejilla azorada del peliverde, notando como una sonrisa se forma en sus labios:

- Te quiero.- susurra el menor, pillándola desprevenida.

Pero pronto reacciona, haciendo desaparecer los escasos centímetros que los separaban.

Y le besa, primero con demasiada pasión y desenfreno, haciéndole temblar…

… pero poco a poco, ese beso se torna tierno y lleno de cariño.

1 comentario:

  1. Y tu sabes lo que siento, aunque no pueda decirlo en voz alta.

    Y que a veces necesito ser cruel para poder demostrar ternura.

    Pero tú lo sabes. Siempre lo has sabido mejor que yo. En realidad, siempre has sido tú la que me ha mantenido atada, esposada y amordazada a tu voluntad.

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