La casa de Kinsey no era más grande que la de Violin Road, pero era mil veces más acogedora:
- El baño está allí, al final del pasillo.- dijo cuando entraron en el salón.- Voy a buscar unas toallas y os explico como funciona la ducha.
Zach dejó el abanico en el suelo y dio un giro sobre sí mismo, observando todo a su alrededor, ajustándose bien las gafas:
- Si todas las casas de este pueblucho fueran así, me quedaba.
Trevor sonrió mientras colocaba la cafetera sobre una mesilla auxiliar, sonriendo ante la hospitalidad de Kinsey. La verdad es que la ducha que Zach y él habían tomado en el patio la noche anterior no es que hubiera sido muy higiénica, y la idea de poder pasarse un poco de champú por su enmarañado cabello le hacía infantil ilusión.
Al igual que poder lavar el delgado y pálido cuerpo de su compañero.
Porque obviamente, se iban a duchar juntos, ¿verdad?
- ¿Cómo era tu anterior casa?- preguntó de pronto, apoyándose contra el marco de la puerta de entrada, desenredándose un nudo en las puntas.
El menor se volteó y ladeo la cabeza, como si tuviera que pensarlo mucho:
- Desordenada. Mucho.
Respuesta correcta.
Trevor rió por lo bajo, y Zach acompañó su risa.
Tras el sonido de una avalancha de mantas caer al suelo, Kinsey regresó con dos toallas en el regazo:
- Voy a preparar lasaña, así que elegid quien se ducha primero para que el otro me ayude con la cocina.
Aquí estaba la temida pregunta. Pensándolo fríamente, el ducharse juntos no estaba muy bien. La casa no era suya, y debían tener un poco de decoro. Y como él era el mayor, le tocaba irse a la cocina a repartir láminas de pasta para la comida:
- Que primero pas…
- No te preocupes, Kinsey, nos bañamos juntos y así ahorramos agua. ¿Verdad, Trevor?
La cara con la que le miró (gafas caídas, sonrisa ladina y el cabello revuelto sobre su rostro) dejaba claro que no se iban a meter juntos en el baño por la economía precaria de Kinsey.
El dueño del Tejo Sagrado notó como un leve tono escarlata poblaba sus mejillas, pero sonriendo ampliamente, asintiendo sin reparo alguno y les llevó hasta el lavabo, mostrándoles los pequeños truquitos que podía esconder su cuarto de baño:
- De todas maneras, si tenéis algún problema, pegadme un grito.- dijo antes de cerrar la puerta, dejándoles solos.
Trevor nunca se había imaginado que la gente de un pueblo perdido de la mano de Dios pudiera ser tan abierta en ese sentido. Es decir, dos chicos jóvenes, que apestan a sexo y a sudor, deciden ducharse juntos en casa de un (casi) completo desconocido. Y este, en vez de tildarles de pervertidos o simplemente poner mala cara, les sonríe como si aquello fuese lo más normal del mundo.
Tampoco es que tuviera mucho tiempo para poder plantearse esa teoría equívoca que tenía sobre la gente de pueblo, ya que Zach ya se había desnudado y empezaba a regular el agua:
- ¿Cómo la prefieres?
- Ehm… me da igual.- comentó dejando su camiseta doblada sobre la taza del váter.
- Claro, a mí también me da igual la edad que tenga la Reina de Inglaterra, pero aún así opino. Yo creo que unos… ¿250? Ahora dime si te gusta el agua fría, templada o caliente.
Esa contestación consiguió dejar al dibujante aturdido unos segundos antes de lanzarle un calcetín a la cara:
- Templada.
La radiante sonrisa que el pelinegro le dedicó fue más que suficiente para que él también sonriese como un tonto:
- Siempre me dejas sin respuestas.
- Es parte de mi encanto.
- ¿Y cuántas partes tiene tu encanto?- era extraño el comportarse tan abiertamente con otra persona… extraño y agradable.
Zach se giró, sin perder aún esa sonrisa, y se quitó las gafas, colocándolas sobre la cisterna:
- Las suficientes como para que tengas tiempo para descubrirlas.- y le beso suavemente.- Vamos al agua.
El plato de ducha era más estrecho de lo que parecía por fuera, y al cerrar la persiana de esta, quedaron tan juntos que ambos estallaron en carcajadas:
- Me gusta la ducha de Kinsey.
- A mí también.
Y de nuevo las risas inundaron el lugar.
La verdad es que el agua estaba perfecta. Era fresca, pero lo bastante cálida como para que no resultase en absoluto molesta. Esta salía con fuerza por el teléfono de la ducha, y empapaba el perfil de Zach, alisando sus rebeldes cabellos, enmarcando su pálido rostro, creando un fino río transparente desde su cuello hasta los pies.
Durante años, Trevor había oprimido cualquier deseo sexual, si es que había llegado a tener alguno. Pero desde que conoció a aquel joven, parecía como si de pronto todos esos años de sequía estuvieran revirtiéndose contra él.
Al estar ambos desnudos, no pudo contener o esconder la erección que hizo presencia, y eso provocó que se sintiera totalmente cohibido. Pero Zach no reparó en ella. Cogió una pastilla de jabón y empezó a enjabonarse el cuero cabelludo y el cuerpo a partes iguales:
- ¿No utilizas champú y gel?- preguntó Trevor mientras se echaba el champú en la mano.
- ¿Para qué? Esto limpia igual
- Ya, pero se supone que esto te cuida tu cuerpo más, no sé…
- Bueno, ya habló el niño pijo de la casa para menores.- le dijo a modo de broma, y para que quedara patente, y no hubiese malos entendidos, le dio un beso.
- A veces eres peor que un crío.
- Déjame, aún estoy en época de crecimiento, seguro.
Trevor sonrió de nuevo y empezó a enjabonarse el pelo, observando sin pudor alguno el cuerpo mojado de Zach. Sabía que el otro se daba cuenta, pero no era una situación incómoda.
Realmente parecía cotidiana, como si todo aquello fuera una acción que realizasen todos los días.
Era una sensación demasiado reconfortante:
- Oye, Trev.
- Dime.- contestó tras aclararse todo el pelo.
- ¿Te importa lavarme la espalda?
- Claro que no.
Cogió la pastilla de jabón que había estado utilizando y la pasó por la esquelética espalda de Zach. Se notaban todas las vértebras y la piel era tan blanca que se veían las venas con una calidad abrumadora.
Cuando el jabón empezaba a hacer espuma, la piel quedaba suave y resbaladiza… realmente apetecible.
Cerró los ojos, y escuchó claramente como Zach dejó escapar un suspiro.
Y no era para menos. Encontrarse desnudo, bajo el agua, tan cerca el uno del otro, y notando sus manos, finas y delicadas a su espalda… era algo tan agradable como excitante.
La pastilla bajaba por su columna, y las manos de Trevor detrás, como deleitándose de la textura que podía crear así. Recorriendo con los dedos su espalda como un viajero un mapa de carreteras.
¿Cómo era posible que aún siguiera caliente después de todas las cosas que habían hecho?
Si seguían a ese ritmo, acabarían tan agotados que no podrían moverse. Y lo decía por experiencia propia.
Pero las caricias continuaban, y parecía que no tenían intención de parar. Dios, que bien se estaba así…
- Trev…
- ¿Hmmm?
- Deja mi espalda y tócame la polla.
Ala, ya está, ya lo había dicho.
Trevor se rió, como si hubiera dicho una broma. Pero dejó el jabón en el estante y se acabó de pegar totalmente a él, notando como la erección del joven McGee se chocaba contra sus nalgas, y aquella mano de dibujante enroscaba su propio pene:
- ¿Así?
-… así.
Nuevamente, Trev rió, y comenzó a masturbarle, lentamente, como si quisiera desesperarle.
Arriba y abajo. Suavemente, tomándose su tiempo.
Aprendía rápido, el condenado.
Zach apoyó una mano contra la mampara de la ducha, y mordió su labio inferior, dejando escapar algunos gemidos medio ahogados. Cerró los ojos y se concentró en la respiración helada de Trevor contra su hombro izquierdo, de cómo su mano seguía dándole un placer cruelmente (deliciosamente) lento.
Si Trevor quería jugar, él también lo haría.
Pasó su mano hacia atrás, y él también agarró la erección del otro.
Un jadeo de sorpresa fue suficiente para arrancar una sonrisa de triunfo a los labios del hacker. El alumno aún no estaba preparado para superar al maestro.
Su mano se movía mucho más diestra, decidida (y rápido) que la de Trevor. Pero se entretenía demasiado jugueteando con el glande, y apretando los testículos de vez en cuando.
- ¿Quieres jugar, Zach?- murmuró de pronto, apoyando su frente en el hombro de este.
Él sonrió. Vaya, Trev aprendía más deprisa incluso de lo que se había imaginado:
- Por supuesto…
Y sin previo aviso, con una brusquedad que no se esperaba, Trevor apretó con fuerza el pene del pelinegro, y su boca se cerró en un mordisco violento contra su nuca.
Zach tembló un poco, y gimió tan alto que supo a ciencia cierta que Kinsey le había escuchado.
Pero Trev aún no había terminado, si no que succionó con fuerza la carne que sus dientes rodeaban, y su mano aceleró tanto alrededor de su miembro que Zach tuvo que apoyarse contra él para no caerse.
Jodido hijo de puta…
La piel aún sabía a jabón, pero ese regustillo amargo, lejos de dar asco, combinaba a la perfección con el sabor dulce, e incluso empalagoso, de la piel del menor.
El sentirle contra él, temblando, jadeando, tan caliente que hacía contraste con el agua, a su merced… era la cosa más erótica que había experimentado en su vida.
El poder tener el control de una persona tan solo enloqueciéndole de placer.
Pero cuando parecía que el joven pelinegro iba a caer bajo el yugo sexual del dibujante, los roles se invirtieron.
Zach se giró de pronto, aplastándole contra la persiana de la ducha, comiéndole la boca, literalmente.
Trevor rió en su fuero interno. Ser dominado de esa manera tampoco era tan malo. Disfrutaba estar siendo sepultado bajo el peso esquelético de su amante, de notar la lengua recorrerle con brusquedad, dejando patente que era suyo.
Zach cortó el beso al cabo de unos minutos, mirándole a los ojos, voraz.
Aquello si que era excitante:
- ¿Sigues con ganas de juegos?
- Juega comigo, Zachary.
La sonrisa que le ofreció fue puramente creada a partir del instinto animal más básico.
Trevor sonrió con suficiencia cuando Zach se arrodilló ante él, tomando sus nalgas entre las manos, masajeándolas, haciéndole perder la razón cuando se metió el pene entero en la boca y succionó, como si fuese el pecho lactante de una madre.
Después de todo, haber ido a casa de Kinsey había sido la mejor idea que podía habérseles ocurrido.
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