Vaciar el deseo

No lo entiendo.

No tiene lógica, ni base en ningún pensamiento cuerdo.

¿Se podría catalogar como instinto? ¿Los trolls adultos seguimos basando nuestras acciones más primitivas en meros instintos animales?

Ni lo sé ni me importa, y menos en estos momentos.

Darkleer ha comenzado a jadear, provocando que mis acciones se vuelvan más toscas y desconsideradas.

¿Por qué?

Ronroneo roncamente, notando mis branquias vibrar con ligereza, antes de volver a unir nuestras bocas.

Atrapo su labio inferior entre los dientes y lo muerdo, con fuerza, violentamente, y no ceso hasta que sus gemidos se tornan en suplicas susurrantes.

Quiero hacerle daño, y no sé qué me impulsa a ello.

Suelto el labio e introduzco mi lengua en su boca, recorriéndola al completo, ahogando nuestros suspiros los unos contra los otros.

Mis manos luchan con su cinturón, intentando quitárselo de una vez y tenerle desnudo bajo mi peso.

Sus manos, en cambio, arañan el suelo y tiemblan a cada uno de mis movimientos. Quiere tocarme, lo sé, pero no se atreve.

Sigo siendo su superior después de todo.

Corto el beso para poder separarme y desnudarle del todo.

Nota mi mirada sobre su tentáculo, y murmura algo ininteligible.

Está muerto de vergüenza, y le entiendo. ¿Quién no lo estaría en su misma situación?

Me pongo de pie y me deshago de los pantalones, tirándolos hacia donde ha terminado el resto de mi ropa.

¿Por qué me he desnudado? No era necesario y aún así lo he hecho.

Me siento sobre él y sin previo aviso, nuestros genitales se enroscan, provocando que ambos gimamos con fuerza.

Darkleer arquea la espalda y yo aprovecho ese movimiento para inclinarme sobre él y morder con fiereza su cuello.

Hinco los dientes en su carne y no tardo en notar la sangre inundando mi boca.

Comienzo a succionar, saboreando el caliente líquido y notando contra mi lengua su piel agridulce.

Dejo de torturar su cuello y dirijo mis dientes a sus orejas, mordisqueándolas casi con cierta diversión mientras una de mis manos se interpone entre los dos, conduciendo nuestros tentáculos para poder sentir ambos más.

Mi mente comienza a quedarse en blanco y una sonrisa ladina cubre mis labios.

Gimo y muevo las caderas, haciendo que todo se vuelva más intenso.

La mano que me queda libre viaja hasta sus costillas, y entierro los dedos entre ellas, como si quisiera perforarle la piel y agarrar los huesos cruelmente.

Darkleer se tensa, tiembla, gimotea y al mismo tiempo jadea de placer.

Pero a mí no me importa, ni siquiera siento mera curiosidad porque él goce de esto.

Solo tengo la necesidad de vaciar todo mi deseo contenido a través de su dolor.

Por eso le araño, le pellizco, le muerdo y le golpeo.

El tiempo pasa y sigue sin preocuparme nada más que mi propio beneficio.

Y no lo entiendo. Porque yo no soy así.

Pero lo estoy disfrutando. Más de lo que había disfrutado en toda mi vida.

Incluso, si no hubiera una vocecita en mi interior que me recordase cada cierto tiempo que puedo matarle, habría atacado su pecho hasta llegar a su interior y reventarlo.

Solo porque aquella acción me haría gritar de puro éxtasis.

He vuelto a manchar, de nuevo, y un gorjeo parecido a una risa se escapa de entre mis labios mientras me separo y abro los ojos por primera vez desde hace bastante rato.

Ni siquiera recuerdo el hecho de haberlos cerrado.

Pero no tardo en arrepentirme de no haberme mantenido así, ciego.

El cuarto está entero lleno de manchas azules y moradas. Parece un campo de batalla.

Supongo que esa es la primera bofetada que me propina la realidad.

No es un azul tan profundo como el de Mindfang, pero irremediablemente hace que mi mente lo asocie con ella.

Es mi kismesis, y nunca he permitido que lleguemos tan lejos.

Spinneret.

Su nombre es más que suficiente como para que mi respiración pare de golpe.

Jamás hemos hecho nada parecido a esto.

Ya fuera para que ella pudiera continuar con su juego de seducirme y dejarme solo en el último momento, o porque no caía en sus redes por seguir rindiéndole fidelidad a…

… ella.

La Condesa.

Su Gran Imperialísima.

La realidad me ha traído de vuelta con tanta violencia que no logro contener el temblor que me recorre de súbito.

¿Qué he hecho?

¿Cómo he permitido que algo así llegara a pasar?

No puedo mirarle a los ojos, ni siquiera aún cuando nuestros tentáculos siguen entrelazados.

Me llevo ambas manos a la cara y comienzo a jadear.

¿Por qué no he parado hasta ahora?

Lo que he hecho es imperdonable. Merezco la muerte. Inmediata.

Un movimiento bajo mi peso hace que casi pierda el equilibrio. Separo las manos de mi avergonzado rostro para poder agarrarme a algo y no caer al suelo.

Y no encuentro otro apoyo que sus maltratados hombros.

Darkleer se ha incorporado, apoyando una mano en el suelo para poder lograrlo.

En todo aquel rato no había sido capaz de tocarme, ni siquiera de rozarme. Pero ahora me abraza y hace que me apoye contra su pecho.

- D--> Siento propasarme de los límites, Dualscar highb100d.

¿Qué él se ha propasado por abrazarme?

¿Y cómo se llama a todo lo que he hecho yo?

Comienzo a jadear y me planteo seriamente el levantarme e irme de aquel cuarto.

Pero no puedo. Al contrario.

Me acomodo contra él, enterrando el rostro en la curvatura de su cuello.

No quiero tener que volver a ver como he dejado su cuerpo, y mucho menos la sangre y otros líquidos que empapan la estancia.

Ni siquiera teníamos un cubo cerca, y no me ha importado hasta ahora.

- Como digas algo de lo que ha sucedido hoy aquí, te juro que me encargaré de tu propia muerte.

Incluso estando así, me permito el lujo de ordenarle cosas.

Soy patético.

- D--> Jamás se me ocurriría hacer algo semejante.

- Júralo.

¿En serio aún sigo dudando de él?

- D--> Os lo juro, Dualscar highb100d.

- Está bbien.

Tomo aire y lo expulsó con lentitud, en un intento por calmarme.

¿Qué es lo que debería hacer entonces?

¿Disculparme? Jamás. ¿Explicarle mis acciones? Ni siquiera yo las entiendo. ¿Llorar? Nunca delante de alguien. ¿Qué hago?

Lo más lógico sería que me marchara.

Pero las caricias que prodiga en mi espalda, su respiración acompasada a la mía, su mera presencia, provoca que me sienta extrañamente bien.

La culpabilidad e impotencia están aquí, claro. Pero de los lacerantes latigazos que deberían provocarme, solo son una ligera molestia incomoda.

Y sé, que lo único que produce que esto siga así, es él.

Qué ironía, ¿verdad?

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