Le coge de la mano y este sonríe de lado, acariciando la palma de esta con su dedo índice, haciendo círculos sobre su piel, conteniendo una risita delatadora de lo que en su mente empieza a formarse sobre lo que quiere hacerle en cuanto suban juntos las escaleras.
Había una vez un niño que no quería crecer. Todos los niños crecen, menos uno.
La apoya con delicadeza en el marco de la puerta de su dormitorio, acariciando su rostro con dulzura, tocando tímidamente sus carnosos labios, conocedor de su sabor. Ella agarra su nuca y le acerca lo suficiente como para delinear sus labios con la lengua.
Quería ser un niño para siempre y no tener que preocuparse por las cosas de los adultos, aquellas cosas que tanto miedo le daban.
Entran entre risas, como si estuvieran haciendo una travesura. Se besan despacio, recorriendo sus bocas con lentitud, jadeando contra el rostro del otro, dejando que sus manos despierten el cuerpo de su amante.
Pero tampoco quería estar solo, odiaba la soledad, así que intentó convencer a un niño como él para que se quedara a su lado para siempre.
Se tumban en la cama y la ropa pronto cubre todo el suelo. Se observan y no hay sonrojos en sus mejillas, conocen el cuerpo del otro a la perfección. Ella se pone encima y su lengua empapa el cuello y pecho del joven, arrancándole suaves suspiros mientras cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás.
Pero el otro niño necesitaba crecer y afrontar los problemas de los mayores para que el mundo fuera mejor.
Cuando nota los dientes de ella sobre su pezón, no puede evitar aquear la espalda, agarrando con fuerza la colcha que cubre la cama. Ella sonríe ante cada una de sus reacciones y tira un poco más de esa porción de carne tan sensible, deleitándose ante su dulce sabor, porque todo en él es pura azúcar.
Él no quería estar solo, le necesitaba, así que le siguió hacia aquella guerra. Solo quería estar a su lado, pero el destino les puso en bandos distintos.
Acaricia les femeninos brazos de ella antes de girarse y ser él ahora quien está encima. Ríen confidentes y baja su rostro hacia su cuello. Él no muerde, ni lame, solo besa. Ella suspira complacida y acaricia los lacios cabellos de su amante antes de obligarle a mirarle. Cuando vuelven a besarse, los labios de ambos parecen haberse vuelto de fresa.
Y el niño que no quería crecer, creció, se enfrentó a los problemas de los mayores, y se quedó solo.
Ella separa sus piernas y se miran a los ojos mientras entra en su interior. Contienen la respiración, se quedan estáticos, pero no dejan de mirarse ni un solo segundo. Ella le abraza y acaricia su nuca mientras ensaliva su oído y después sopla, haciendo que un escalofrío recorra la columna del él. Ambos empiezan a mover las caderas, buscando el ritmo adecuado, mientras jadean contra la boca del otro.
Entonces una niña apareció ante él y le dijo “Peter, ¿por qué has abandonado El País de Nunca Jamás?” Y el niño que ya no era un niño solo pudo encogerse de hombros y llorar.
Ese es su momento perfecto, es como mejor se encuentran los dos. Ella, con él en su interior, llenándola, ocupando todo el espacio posible, sin dejar que los fantasmas entren. Él, escondido en su interior, siendo acunado por sus entrañas, escondiéndole del mundo que tanto miedo le da, solo sintiendo su calor a su alrededor.
La niña le tendió la mano, con una sonrisa infantil dibujada en su rostro. Y cuando él rozó su piel, volvió a ser el niño que era.
Aumentan el ritmo, ocultan sus rostros en la curvatura del cuello del otro y se dejan llevar. Sus pensamientos se quedan en blanco y solo quedan ellos dos, juntos, sin nada ni nadie que les separe, unidos por un vínculo irrompible.
“¡Mírame, Wendy! ¡Vuelvo a ser yo otra vez!” exclamó entusiasmado el niño. Ella sonrió y le abrazó “Claro que sí, y nunca más volverás a crecer”
Cuando todo acaba, él se recuesta sobre ella, aspirando el aroma de sus cabellos empapados por el sudor, mientras las finas manos de ella acarician con dulzura su nuca. Cuando él se queda dormido, sin despertarle, les arropa a ambos con las sábanas y se acurruca entre sus calientes brazos, sintiéndose protegida y segura frente a las pesadillas.
Y así, Wendy y Peter Pan vivieron por siempre felices en el reino de Nunca Jamás.
No me canso de leerlo. Me encanta, ¡me encanta como describes todo!
ResponderEliminar¡No dejaré que crezcas nunca!
Deneb