Lo odias.
Lo sé.
Ambos sabemos lo que pasa cuando haces esto.
Y aún así, hoy lo has hecho.
A mí no me molesta en absoluto, al contrario.
Me gusta.
Me das una excusa para hacerlo.
Te sientas erguido y empiezas a leer, como si yo no existiera.
Sonrío con cierta diversión.
Y te miro.
Y lo odias.
En realidad odias muchas cosas de mí, sé que no me soportas.
Pero esto lo odias con toda tu alma.
Porque sé que no te dejo concentrarte.
Me quedo mirándote fijamente, recorriendo tu cuerpo, comiéndote con la mirada.
Tú solo lees.
O lo intentas.
Porque veo tus ojos, y se mueven los tres primeros minutos.
Al cuarto están tan quietos como tu lectura.
Y aún así, hoy lo has hecho.
Te sientas erguido y empiezas a leer, como si yo no existiera.
Sonrío con cierta diversión.
No sé porqué esta noche si has decidido leer, quizás intentas probarte a ti mismo, no lo sé, pero tampoco me importa.
Me gusta observarte, tu perfil es algo que me embelesa.
A veces eres tan atrozmente guapo…
Pero lo que más me gusta de poder mirarte tan fijamente, es el hecho de que todo esto es una apuesta conmigo mismo.
Si consigo que tú también me mires…
Mírame.
Es lo que pienso todo el rato.
Es lo que mis ojos suplican a voz en grito.
Mírame.
Mírame.
Mírame.
Mírame.
Quiero perderme en tu mirada.
Ya sea dura, seria, cruel, fría… cálida.
Pero nuevamente, vuelvo a perder.
Cierras el libro con fuerza y lo dejas en la mesilla de noche:
- Eres un incordio.- murmuras y apagas la luz.
Todo se queda a oscuras, pero sé perfectamente que es lo que haces a continuación.
Te quitas las gafas, te frotas los ojos, suspiras.
Te conozco demasiado bien.
Levantas las sábanas y te acomodas bajo a ellas.
Dándome la espalda.
Normalmente cuento hasta diez e intento abrazarte.
Sueles protestar, apartarme, pero al final me dejas acomodarte en tu espalda.
Aspirar tu aroma, deleitarme con tu calor.
Es una de mis maneras predilectas de hacerme feliz.
Pero esta vez no.
Nunca lees en la cama cuando estoy contigo, porque no te gusta que te mire.
Y hoy, hoy lo has hecho.
Es estúpido, lo sé.
Pero una parte de mí había esperado que lo hicieras solo para poder mirarme esta vez.
Cuesta tanto que me mires…
Es como si lo evitaras.
No, no es como.
Evitas mirarme.
Porque no me quieres cerca.
Lo sé de sobra.
Es como cuando eres pequeño y hay algo que no te gusta.
Cierras los ojos.
Si no lo ves…
… no existe.
Porque si un hada pudiera concederte un deseo, me harías desaparecer.
Así todo sería más fácil, ¿verdad?
- Eh
Tu voz me regresa con fuerza a la realidad.
Como un jarro de agua fría:
- Si vas a abrazarme, hazlo ya.
- ¡Claro!- exclamo enseguida.
Murmuras algo inteligible y vuelves a acomodarte.
Noto como mis labios se curvan en una sonrisa tonta.
Y te abrazo acomodándome en tu espalda.
Aspirando tu aroma, deleitándome con tu calor.
En mi mente desaparece esa apuesta.
No queda ni rastro de ella.
Sé que no me has mirado esta noche.
Tratándose de ti, siempre pierdo, sea cual sea el juego.
Pero me da igual.
Te miro, y deseo que me mires para poder perderme en tus ojos.
Te abrazo con más fuerza y entierro la cabeza en tus cabellos.
Suspiras desganado, y tu respiración poco a poco de ralentiza.
No me importa haber perdido.
También deseo perderme en ti.
Y abrazándote lo consigo.
Cada día me propongo hacértelo un poquito más difícil. Sólo un poco, lo justo para que creas que esta vez vas a acertar conmigo, y para que luego te des de bruces contra la realidad.
ResponderEliminarNunca vas a acertar conmigo, aunque tenga que contradecirme a cada rato a mí y a mis gustos.
No te podría dar el placer.
A veces caigo en mis trampas y te facilito el camino, te lo allano y cómo te aprovechas de ello. Sin embargo esto me hace pensar que la próxima vez tengo que hacerlo mejor, no dejarme ganar, seguir el juego de hacerte daño porque es mi juego favorito.
(Da igual que alguna vez, en medio de mis contradicciones, me dé cuenta de que en realidad no me divierte).
La debilidad es propia de débiles y yo siempre he sido fuerte. Ni tus abrazos ni tus sonrisas me dan calor, me envuelven en escalofríos. Esos ojos que tienes no merecen más que llorar, ojos traidores. No me gusta encontrarme con esos ojos. Esos ojos que temo. Por eso te haré sufrir cada día un poquito más, primero dándote algo parecido a la esperanza, porque cuanto más alto vueles más dura será la caída.
A veces me olvido de que sufrir es mi meta final y me quedo a medias, en el momento en el que eres feliz. No lo hago por ti. No lo hago por mí. No lo hago por Xandre.
No sé por qué lo hago.
El invierno en mi casa es frío. En vez de encender las estufas te hago dormir a mi lado esperando el momento en que busques el calor en mí para refugiarte. En invierno. Cuando eres débil y me abrazas y ensueñas y vuelas alto. Te haré caer duramente por la mañana.
Pero no sé por qué lo hago.