No te pienso llamar por otro nombre

El tercer bofetón cayó con fuerza sobre la mejilla derecha, haciendo que casi perdiera el equilibrio.

Desde el primer momento en que lo vi, supe que me causaría problemas. Aquellos ojos, y esa sonrisa tan amplia solo podían significar una cosa. Y no me había equivocado.

En cuanto empezó a caminar, no tardó ni dos segundos en seguirme a todos lados. Y obviamente, su primera palabra fue… realmente no fue mi nombre, pero todos decían que si.

A mi me gustaba estar con él, no me importaba hacer de niñera. Su risa era tan contagiosa, que una sola carcajada hacia que se me olvidasen todos los problemas.

Pero a mi padre no le hacía mucha gracia que pasase tanto tiempo con mi primo pequeño. Era el primogénito de la familia, y el puesto como Señor de los Gamos recaería sobre mí dentro de unos años. Debía formarme (ya que al estar más en contacto con los elfos, mi familia era más dada al estudio que los demás hobbits) y ser alguien respetable del que mis padres estarían orgullosos, no un chiquillo correteando tras su primo por el campo.

Y yo intenté separarme de él, realmente lo intenté. Pero cuando aquella tarde me pidió que le acompañase con esa carita, diciéndome que nadie más quería estar con él, no pude resistirme.

Además, por un par de horas con Peregrin no pasaría nada.

Con lo que yo no contaba es que mi pequeño primo había desarrollado unas habilidades un tanto cuanto picarescas en este tiempo en el que habíamos estado separados.

Así que, sin comerlo ni beberlo, me había encontrado dentro del jardín privado del señor Boffin, robándole unas tablas de madera, y, obviamente, siendo pillado en el intento.

El enfado de mis padres fue descomunal. No solo me llevaron hasta mi casa de la oreja, siendo paseado por toda la Comarca, sino que, además, el señor Boffin le explicó todo lo sucedido a mi padre, que se encontraba a mitad de una reunión con el resto de familias albas.

Aquella humillación la pagué caro:

- Meriadoc Brandingamo, vete a tu habitación. Y esta noche hablaremos tú y yo.

Con la cara completamente roja, y sintiendo una vergüenza abrumadora, simplemente asentí en silencio y obedecí sin rechistar.

Cerré la puerta a mi espalda y me apoyé en ella, dejándome caer hasta quedarme sentado en el suelo, hecho un ovillito. Me quería morir, había sido la situación más bochornosa de mi vida, por no hablar del pavor que tenía ante la idea de “hablar” con mi padre en la noche.

No sabía en qué había pensado para hacerle caso a Peregrin. Él solo era un chiquillo en edad de hacer travesuras, yo ya había crecido y madurado… o eso debería haber hecho.

Iba a dar rienda suelta a mi llanto, cuando algo que nunca se me habría pasado por la cabeza sucedió:

- Merry, ¿qué haces tirado así en el suelo?- dijo mi primo mientras entraba por la ventana.

Le miré perplejo, totalmente desconcertado por lo que acababa de ver. Ni siquiera en mi más tierna infancia, cuando salía a buscar a Frodo para jugar, había hecho semejando locura:

- ¿Qué se supone que estás haciendo? Y… ¿qué me has llamado?

- Es que Meriadoc es muy feo. Merry te queda mejor.- y una sonrisa se dibujo en sus labios.

Aquello no estaba pasando, era imposible:

- Peregrin, no deberías estar aquí. En bastante líos me has metido. Largo.

- Peregrin también es muy feo.- comentó como si no pasase nada malo en el mundo.- Llámame Pippin.

- No te pienso llamar Pippin.

- ¡Pero si es mucho más bonito!

- Pero no es tu nombre real.

- Podría serlo.

- Pero no lo es.

- Puede ser mi apodo.

- ¡Peregrin, no te pienso llamar por otro nombre!- grité, a punto de levantarle y echarle volando por la ventana.

- Merry, ¿estabas llorando?

Aquella pregunta me descolocó totalmente. Iba a abrir la boca para negarlo rotundamente, y echarle de una vez bajo amenaza de llamar a su padres, cuando se acercó tranquilamente, sacando un pañuelo de sus bolsillos, y secó mis húmedos ojos:

- Mi mamá dice que los hombres tenemos que ser fuertes y valientes, y no llorar nunca.

Noté como toda la sangre se arremolinaba en mis mejillas. Aquello era el acabose. La humillación de antes no era nada comparada al hecho de que mi primo pequeño estuviera secándome las lágrimas.

Me aparté de él completamente avergonzado, caminando hasta ponerme en el otro extremo del cuarto:

- No digas estupideces, Peregrin…- es lo único que se me ocurrió decir.

- Entonces, si estás bien, es hora de marcharse.

Me giré corriendo, mirándole, sin entender, como volvía a trepar hasta la ventana, saliendo del smial sin contratiempo alguno:

- ¡Espera!- me acerqué corriendo para poder hablarle a la cara.- ¿Cómo que es hora de marcharse? ¿A dónde te crees que vas?

Él, como toda respuesta, levantó una especie de caja, hecha con las tablas que yo había robado horas antes, y después echó a andar alegremente.

Aún no entendía que se suponía que quería hacer con eso, pero no debía ser nada bueno. Mi deber como pariente mayor suyo era el protegerle, debería llamar a sus padres y que estos parasen la travesura que estuviera planeando… pero…

Algo dentro de mí hizo que me encaramase a la ventana, saliese al jardín y fuera corriendo tras él.

No tardé nada en alcanzarle, y caminamos en silencio durante unos metros, hasta que llegamos a la cima de la colina donde estaban construidas nuestras casas.

El sol de la tarde bañaba sus castaños cabellos, y producía unas sombras en su rostro que hacía que aquella sonrisa pícara fuera mas preocupante:

- Ya hemos llegado, Merry.

- Meriadoc, mi nombre es Meriadoc.

- Y el mío Pippin.- dijo ignorando mis palabras.

- ¿Me quieres explicar que es lo que vas a hacer exactamente?

- Vamos, Merry, lo que vamos a hacer.

- ¿Cómo que vamos? ¿Desde cuando yo formo parte de este plan maquiavélico?- aquello me estaba sobrepasando.

- Nos vamos a deslizar sentados en la tabla colina abajo.

- ¡¿Qué?!

No, no podía habérsele ocurrido semejante idea. Era de locos, y muy peligrosa. Pero no me dio tiempo para poder rechistarle cualquier cosa, ya que dejó la especie de caja en el suelo y se sentó dentro de ella:

- Venga, Merry, que no tenemos todo el día.

- Peregrin, ¿eres consciente de lo peligroso que es eso?

- Sí.

- ¿Y aún así lo piensas hacer?

- Lo vamos a hacer. Tú te sentaras a mi espalda y bajaremos la colina.

De ninguna manera mi primo iba a viajar en esa tabla, y menos delante. Si chocaba con alguna piedra, saldría disparado hacia delante, y sabe Dios que se podría hacer.

Negué con fuerza y caminé decidido hacia él.

Pero contra todo pronóstico, en vez de levantarle y alejarle de allí, me senté delante de él:

- No pienso dejar que bajes tú solo y te hagas daño.

Realmente no quería hacer nada de eso. Quería volver a mi cuarto, esperar a que llegase mi padre y pedirle perdón antes de acatar el merecido castigo. No podía pasarme la vida cuidando de Peregrin, y si con esa extraña aventura se rompía algún hueso, le serviría de lección más adelante.

Pero no, no hice nada de eso. Me senté, metiendo las piernas y cogiendo sus manos para que rodeasen mi cintura:

- ¿Preparado?- preguntó emocionado a mi espalda.

- Nací preparado.

Ambos nos echamos hacia delante, y aquel aparato que mi primo había construido, se deslizó hacia delante, empezando a caer por la colina cada vez a más velocidad.

Peregrin fue el primero en gritar. Nos deslizábamos corriendo sobre el verde césped. No era una colina muy alta, pero el viaje parecía no acabar nunca.

Noté como la sangre corría con fuerza por mis venas, mi pulso se aceleraba y la respiración se volvía entrecortada. Inconscientemente apreté las manos de mi primo, y este me abrazó aún más fuerte.

Como había vaticinado, chocamos contra una piedra y salimos despedidos, aterrizando a la sombra de un gran roble.

El golpe contra la tierra fue duro, y me cortó la respiración durante unos segundos. Cuando esta volvió, mi pecho subía y bajaba aceleradamente. Un torrente de adrenalina recorría mi cuerpo, y no era capaz ni de moverme.

Hasta que me acordé de él.

Me levanté corriendo, buscándole asustado con la mirada. No se encontraba muy lejos de mí, tirado como un muñeco de trapo entre las raíces del árbol:

- ¡Pippin!- exclamé atemorizado, deseando que no le hubiera pasado nada mientras me acercaba deprisa.

Pero él, en cuanto me vio, se incorporó cogiéndome de las manos, con la sonrisa más deslumbrante que había visto jamás:

- ¡Merry, ha sido alucinante!

Le miré a los ojos durante unos segundos, y estallé en carcajadas. Seguramente él no sabría de que me reía, pero enseguida se unió a mí. Se lanzó encima mía y ambos rodamos por el suelo muertos de la risa, antes de acabar yo encima suya, haciéndole cosquillas.

Cuando fuimos capaces de calmarnos, volvimos a tirarnos desde la cima de la colina.

Una vez más.

Y otra, y otra, y otra, y otra vez. No paramos hasta que las tablas se rompieron al estrellarnos contra un arbusto.

De esas piezas de madera, salieron dos improvisadas espadas, que ambos utilizamos para jugar por toda la pradera a los guerreros.

Y cuando esas se rompieron, nos subimos a los árboles, columpiándonos entre las ramas, contándonos chistes de adultos de los que nos reíamos sin comprender aún, y fingíamos que fumábamos largas pipas.

La tarde pasó corriendo, la noche se nos vino encima y nuestros padres salieron a buscarnos. Ambos estábamos metidos en un buen lío, del que nuestros padres darían cuenta en unos momentos.

Pero no nos importaba. Ya no me importaba.

Salimos a su encuentro llenos de barro, hojas secas, arañazos en las piernas, y nuestras manos entrelazadas fuertemente.

Nos separaron mientras nos regañaban, y nos amenazaban con lo que vendría más tarde, pero nosotros solo nos giramos para poder mirarnos, sonriendo de oreja a oreja:

- Hasta mañana, Merry.

- Buenas noches, Pippin.

1 comentario:

  1. :D
    ¡Lo sabía! ¡Sabía que no me ibas a dejar que me tirase sólo! ¿Y qué es eso de que realmente no querías, Merry? Lo estabas DESEANDO.

    Deja de fingir ser tan soso como tus padres.

    ¡Dicen que el mago esta de nuevo en casa de los Bolsón! ¿Vamos a espiarles?

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