Ladeé la cabeza antes de volver a girarme, pudiendo verme una vez más en el espejo:
- ¿Piensas tardar mucho más allí dentro?
- No... ya salgo.- murmuré no demasiado alto.
La verdad es que estaba cómodo, y no me veía tan mal. Pero nunca se me había dado muy bien esto y no sabía si estaba cometiendo un error o no.
Es decir, no es que fuera una ciencia, pero de esto siempre se había encargado mi hermana Hillary.
Era extraño estar sin ella en esos momentos:
- Vamos, ni que estuvieras haciendo física cuántica.
- Es que... no estoy seguro.
Edmond apartó la cortina del probador y metió la cabeza, mirándome de arriba a abajo:
- ¿Y tanto para esto?
No pude evitar sonrojarme y bajé la mirada:
- Ya sabía que no me quedaban tan bien...
Él resopló y entró, volviendo a colocar la cortina. El vestidor era pequeño, y con él allí dentro parecía que estábamos embutidos en una lata de sardinas.
Edmond bajó las manos hasta mi cadera, girándome para que ambos quedásemos de frente al espejo. Sus dedos se deslizaron por el borde del vaquero que llevaba puesto y se entrodujeron en los bolsillos:
- Eres peor que una chica.
- Me gustaría que alguna vez dejases de recordármelo, gracias.- musité poniendo morritos.
- Agradéceme mejor que ya no te comparo con una colegiala. Has evolucionado, ahora eres directamente una chica sin estudios.
- No sé si eso es evolucionar o no...
Una sonrisa ladina se dibujó en sus labios antes de agacharse hasta apoyar su barbilla en mi hombro:
- Digamos que tu estancia en España te ha sentado muy bien.
- Pues sigo sin pillarlo.
- A veces eres un poco cortito.
- Olvídame.
- Te quedan muy bien estos vaqueros, cómpratelos.- acabó diciendo mientras se volvía a estirar.
- ¿En serio?
- No, estás horrendo, quítatelos.
Suspiré derrotado, como si supiera desde el principio que esos pantalones no me quedaban bien, y me disponía a desabrochármelos... cuando entendí el doble significado.
Levanté la vista, encontrandome con su mirada divertida reflejada en el espejo:
- A veces tu sangre Dantes sale mucho a relucir.
- Es lo que tiene la genética.
- Yo no me parezco tanto a mi hermana.
- Cierto, solo os parecéis en que sois dos mujercitas cuando vais de compras.
- Te odio.
- Yo más.- dijo sonriente mientras me revolvía el pelo, dispuesto a salir del probador.
- ¿De verdad me quedan bien?- pregunté una última vez.
Edmond se giró, teniendo ya medio cuerpo fuera, y me repasó una vez más de arriba a abajo:
- ¿Hace falta que te arranque la ropa a mordiscos para que entiendas lo bien que te sientan esos vaqueros?
Noté como un incómodo sonrojo se instalaba en mis mejillas antes de sacárle la lengua:
- Está bien, lárgo.
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