La tarea de los hermanos mayores es la de proteger, enseñar y querer a sus hermanos pequeños.
Cuando nacen, esa obligación, que durante años es tan dura, les cae encima, y es algo que nunca podrán quitarse de sus hombros.
Yo tengo heramanas mayores, y no una precisamente.
Ellas también, cuando nací, les tocó el deber de protegerme, enseñarme y quererme, solo porque soy su hermana pequeña.
Nunca lo llevaron a cabo.
No se preocuparon lo más mínimo en llevar a cabo su misión.
En Navidades y mi cumpleaños me hacían regalos espléndidos, me felicitaban y pasaban la tarde entera jugando conmigo...
... el resto del año solo era una molestia a la que preferían ignorar.
Y yo, aún con todo, las admiraba como si fueran unas heroínas que cada noche salvan a la ciudad de villanos malvados.
Procuraba observarlas para fijarme en los más mínimos detalles, quería ser como ellas, imitarlas en todo.
Al decir que eran mis hermanas, mi boca se llenaba de orgullo y se me hinchaba el pecho con el solo hecho de pensar que eramos parientes, que compartíamos no solo el apellido, si no también la sangre.
Pero yo para ellas solo era "la hija de la mujer de su padre"
Porque su mundo hubiera sido mil veces más sencillo si yo no existiera.
No importaba que me pasara horas muertas esperándolas, que me creyera a pies juntillas todo lo que dijeran, que soñara con convertirme de mayor en alguien tan espléndido como ellas... no importaba en absoluto.
Yo... no pretendía...
... no pretendo que me traten de manera especial, ni que me brinden todo tipo de caprichos.
No quiero nada fuera de lo común...
Ni siquiera que cumplan con su cometido como hermana mayores.
Solo quería... solo quiero que me miren y se sientan orgullosas.
Orgullosas de que yo sea su heramana pequeña...
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