Debes hacer que te necesite

Los antiguos espartanos fomentaban el amor entre sus guerreros, ya que creían que durante la batalla estos protegerían mucho más fervientemente a sus amantes que a sus compañeros.

La verdad es que era una muy buena táctica militar. Y no solo para que se protejan los unos a otros. Piénsalo, ¿quién te va a seguir en tus cruzadas ciegamente, ayudándote en todo sin cuestionarlo? ¿Tu amigo… o tu enamorado?

Pero, obviamente, no siempre puedes enamorarte de quien te convenga.

O simplemente, no quieres enamorarte. Aunque no es necesario que lo hagas.

Hacer creer a alguien que estás enamorado de él no es tan sencillo como decirle palabras bonitas y escucharle sin interrumpirle. Debes hacer que te necesite, que te desee, que quiera todo de ti aunque no lo pueda poseer.

Miré el reloj de reojo, en pocos minutos iban a dar las 5 de la tarde. Arianna llegaría enseguida de su paseo con Aberforth, prepararía el té, y llamaría a su hermano para que merendasen juntos.

Pero, por lo que estaba viendo, Albus aún no se había dado cuenta de la hora.

Sonreí y me levanté de la silla, caminé a grandes pasos hacia él, que se encontraba sentado en la cama. Le quité el libro de entre las manos y me senté encima suya. No le dio tiempo a decirme nada, me incliné y comencé a comerle la boca.

Colé mis manos bajo su camisa y pellizqué sus pezones, sonriendo al oírle gemir contra mis labios. Al colocarme ahorcajadas sobre él, cualquier movimiento que hiciera provocaba un roce entre nuestras caderas, cosa que propiciaba intensamente.

No podía negarlo, yo también estaba disfrutando de aquello, y me remordía un poco las entrañas el saber que no iba a durar mucho.

No me preocupaba. En cuanto llegara a casa me metería en la bañera y daría buena cuenta de mi mano derecha hasta que quedara plenamente satisfecho.

Pero conociendo a Albus, él ni si quiera se lo replantaría. Mejor para mi plan.

Corté el beso y encaminé mis labios hasta su oído, susurrando, mordiendo y lamiendo su carne. Él temblaba bajo mi peso y la erección que sus pantalones ocultaban era más que evidente.

Bajé el rostro hasta su cuello y aspiré su aroma exageradamente, haciendo que su piel se pusiera de gallina bajo mi nariz.

Albus agarró con fuerza mis caderas y me giró, tirándome con brusquedad sobre su colchón. Esta vez fue él quien se puso encima, provocando que todo su cabello al inclinarse ensombreciera su rostro, dándole un aspecto de lo más atractivo.

Me besó de nuevo con urgencia antes de comenzar a desabrocharme la camisa, deleitándose con el roce de sus dedos sobre mi torso desnudo…

… cuando las voces de sus hermanos nos llegaron desde la sala.

Gimoteó lastimeramente y me miró, como pidiendo disculpas:

- Oh vamos… -murmuré, fingiendo no creérmelo.

- Lo siento… yo… no me había fijado en qué hora era.

- Ni yo… joder… que asco…

- Tenía muchas ganas, Gellert, créeme.

- Yo también, Albus.

Su tumbó sobre mí y comenzó a besar mi barbilla, sintiéndose culpable por lo que no podríamos terminar aquel día:

- Deberías irte. No es bueno que te vean aquí… y así…

Reí por lo bajo al notar mi abultada entrepierna y asentí. En cuanto se incorporó, me levanté de la cama y me incliné para darle un ligero beso en los labios antes de dirigirme hacia la ventana y escapar cual gato por ella.

Le escuché suspirar mientras bajaba, y me apostaba lo que fuera a que se tumbaría boca arriba en la cama y maldeciría el calor que ahora recorría su cuerpo.

Cuando llegué al suelo, ni si quiera me molesté en arreglarme la ropa. Sonreí de oreja a oreja y me atusé el pelo. Sabía de sobra que Albus pasaría el resto de la tarde notando esas descargas recorrer su cuerpo, recordándole lo que no habíamos podido hacer, y por la noche su deseo sería tal que me escribiría una nota y enviaría su lechuza a mi cuarto, donde yo ya estaría esperando su carta.

Porque hacer creer a alguien que estás enamorado de él no es tan sencillo como decirle palabras bonitas y escucharle sin interrumpirle. Debes hacer que te necesite, que te desee, que quiera todo de ti aunque no lo pueda poseer.

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