Mi tía Bathilda había ido a Londres aquella mañana por unas compras y no regresaría hasta la noche, por eso decidimos comer en mi casa, aprovechando que nos encontraríamos solos.
Pero, obviamente, mis planes no eran solo comer con Albus.
Propicié aposta la discusión, nos levantamos de la mesa y nos enzarzamos en un acalorado debate. Llegamos a las manos, por supuesto, somos demasiado tozudos como para dar nuestro brazo a torcer… aunque después de los golpes, no llegaron más, si no que dieron paso a besos, mordiscos, jadeos… Vamos, lo normal cuando se folla.
No puedo evitarlo, me encanta picarle para que se enfade. Cuando se cabrea, impone mucho, te da cosa incluso mirarle… y a mí eso me pone muchísimo.
Terminamos arrancándonos la ropa sobre el sofá, y haciéndolo alocadamente, como a mí me gusta. Estoy más que seguro de que los vecinos nos escucharon. Sería divertido ver qué cara pondrían Aberforth o mi tía si se lo contasen.
Esta vez me ha tocado estar abajo, así que tras salir del interior de Albus, este se acurruca encima mía. Me gusta notarle así, sobre mi pecho, con su peso aplastándome, es de lo más agradable.
Sonrío algo cansado y me pongo a juguetear con sus cabellos, tironeando de ellos de vez en cuando. Sé que está demasiado agotado como para echarme la bronca y decirme que pare:
- Te quiero, Gellert.- murmura antes de besar mi cuello.
- Yo también te quiero, Albus.
Lo digo sin pensar, automáticamente. Es algo que ya tengo programado, cada vez que Albus me dice alguna cosa así, mi cerebro responde directamente, sin necesidad de que yo lo sienta. A veces, ni siquiera me entero de que le he contestado.
Pero es que es así, yo no siento lo mismo por él. Sí, me cae genial, le admiro muchísimo, por no decir que físicamente me atrae demasiado, pero nada más.
Vinimos al mundo solos y nos moriremos solos, el atarse a alguien sentimentalmente se me antoja una pérdida de tiempo sin sentido.
Así que simplemente le hago creer que todo lo que él siente por mí, ese amor que me profesa, es correspondido. Total, no hago daño a nadie. Él piensa que le quiero, y gracias a eso me ayuda en mi plan para encontrar las Reliquias de la Muerte. Porque hay que admitirlo, Albus es más astuto que yo. Así que, todos salimos ganando.
Se incorpora un poco y se queda mirándome a los ojos, sonriendo como un tonto, antes de acercarse y besarme lentamente, mordisqueándome los labios con dulzura, y no para hasta que no me arranca un suspiro involuntario.
¿Qué decir? Yo no le amo, pero disfrutar de estos momentos con él… es jodidamente placentero.
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