Son las dos de la mañana y aún seguimos despiertos.
Nuestros pies, levemente entumecidos por el frío fuera de la manta, juguetean entre ellos, enredándose, acariciándose, confundiéndose cual es cual.
Fuera está lloviendo, y el repiqueteo de las gotas de lluvia al caer, golpeando contra los cristales y las persianas, crean un ritmo suave y casi silencioso que acompaña nuestra insomne velada.
La conversación creada durante la cena prosigue en la cama, y sin la participación de nuestros compañeros, es mucho más fluida. Susurramos y ahogamos las risas contra la almohada, intentando no despertar al resto de la casa.
Inconscientemente, entrelazamos las manos, recorriendo con el dedo corazón la palma del otro, aprendiéndonosla de memoria, descifrando en la mente cada pequeña porción de piel que recubre nuestros cuerpos.
Poco a poco, las frases se van enmudeciendo, y las contestaciones tardan más en aparecer. Las respiraciones se tranquilizan tanto, que casi es imposible escucharlas, y el latido del corazón es un simple murmullo en tu pecho.
Morfeo te atrapa en sus brazos y te transporta a sus parajes de utopía en los que nos refugiamos cada noche.
Presa del sueño te has encogido, metiendo los pies bajo las sábanas, y tu cabeza descansa sobre mi hombro. Te rodeo con los brazos y te acaricio sobre el pijama, recibiendo a cambio un suspiro adormilado contra mi cuello.
Las grandes pestañas que enmarcan tus ojos, aletean débilmente por el sueño recién cogido, haciéndome cosquillas en la barbilla, arrancándome una sonrisa.
Estás adorable.
Te acurrucas a mi lado, dándome más espacio para poder abrazarte y mimar tu presencia. Eres un ovillito hecho de calor y ternura. Tu cabeza yace ahora sobre mi pecho, y regulo mi respiración para acompasarla a la tuya mientras una mano viaja hasta tus cabellos.
Mis dedos se pierden en los pelos. Cada mechón que recubre tu cabeza es sagrado para mí. El olor a frutas del bosque del champú invade mis fosas nasales al acariciarte la cabellera. Reconozco ese aroma en cualquier lugar, aunque no solo huele a eso. Una mezcla de fragancias que te vuelve única.
Huele a madera quemada, a césped recién cortado, a flores primaverales, rocío mañanero, agua de deshielo, tierra húmeda… huele a calor.
Huele a ti.
Mis ojos luchan por cerrarse y abandonarse al descanso, pero sigo consiguiendo mantenerlos abiertos. Me encanta velar tu sueño.
Saber que si algo te turbara estaré preparado para combatir las viles pesadillas que osan irrumpir en tus sueños me hace sentirme un verdadero héroe.
Es extraño. Soy más pequeño que tú en todos los aspectos, me chifla acurrucarme entre tus pechos y escuchar el latido de tu corazón, adoro que me hagas cosquillas en el cabello y que juegues conmigo, amo que me mimes y me cuides.
Pero cuando cae la noche y el sueño ya te venció, cuando reposas en mi regazo como ahora mismo, me siento poderoso, capaz de protegerte de cualquier cosa. No soy un niño que necesita que le quieran, soy un caballero, TU caballero, dispuesto y preparado para cuidarte.
Me abrazas y, a pesar de estar dormida, posas en la piel de mi clavícula un beso dulce y casto. Sonrío de medio lado y fortalezco el abrazo que te rodea, rindiéndome ante el influjo de la cama y la madrugada, de que duerma y me reúna contigo en el reino de Morfeo
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