
Nuestras fotografías siguen encima de la mesa, todos con los ojos posados en mi, como sabiendo en lo que estoy pensado. Escucho sus voces en mi cabeza, reprochándome por no llorar cuando estabas en el hospital, por no llorar cuando anunciaron tu muerte, por no llorar cuando llamé a todos, por no llorar cuando te enterramos… por no derramar ni una sola lágrima en estos 59 días en los que he estado esperando que todo esto fuera una pesadilla, que me despertaría de un momento a otro en la cama junto a ti y tú me consolarías.
Mi móvil suena, la música que tú me elegiste para las llamadas inunda el salón. Tiemblo, los recuerdos son demasiado dolorosos.
Me levanto y me dirijo a la cocina. La comida que me ha traído esta mañana mi hermana sigue en la encimera. Había comido un poco del filete y unos sorbitos de la sopa mientras mi hermana se quedó conmigo, pero en cuanto se marchó no volví a probar bocado. Desde que te marchaste no he salido de casa, no quiero comer ni hacer nada, solo esperarte a que regreses de trabajar. Mi hermana y Sonia se turnan para venir a verme sin faltar ni un solo día, me traen comida, me obligan a comer, me duchan y me cuentan como les ha ido el día con la esperanza de que sonría y vuelva a ser yo. Pero es imposible. El reloj del comedor marca las nueve en punto de la noche, en una hora vendrá Sonia, me dará la cena y hablará conmigo un rato antes de marcharse a su casa.
Me sirvo un vaso de agua y le doy unos pequeños sorbitos antes de dejarlo en el fregadero y volver al salón a sentarme en el sofá.
El débil sonido del segundero del reloj es el único sonido que se escucha en nuestro apartamento. Tú siempre me decías que era el sonido más maravilloso pues era parecido al sonido de los latidos de mi corazón. Siempre me decías cosas preciosas, no pasaba ni un día en el que no me dijeras un piropo o una frase romántica. Todos nos decían que éramos la pareja perfecta, y la verdad es que lo éramos. Eras el amor de mi vida y yo era el tuyo, y aunque no lo dijéramos con palabras, con una simple mirada lo sabíamos.
Los segundos siguen pasando… los minutos siguen pasando… y yo te sigo esperando, como siempre.
De pronto no escucho el segundero del reloj… hay otro sonido… el sonido de un móvil, pero no es el mío… es el tuyo. Me levanto y voy corriendo a nuestra habitación, y allí, en tu mesilla de noche esta tú móvil, sonando con tu canción preferida. ¿Quién te iba a llamar a ti si todos saben que has muerto?
Con pasos lentos me acerco hasta él y lo cojo con mi mano, en ese momento deja de sonar y el silencio reina en la habitación.
Todo mi cuerpo comienza a temblar, no he tocado ninguna de tus cosas desde que te marchaste, y ahora tengo tu móvil en mi mano derecha. Cierro los ojos con fuerza:
- ¿Por… por qué?- murmuro
Entonces, tiro con fuerza tu móvil contra la pared, rompiéndolo en mil pedazos. Grito con todas mis fuerzas y arranco las sábanas de la cama de un tirón y las aviento al suelo, volteo el colchón de mala manera y me lío a patadas contra la mesilla de noche antes de tirar al suelo todo lo que había encima:
- ¡¿Por qué ibas tan deprisa en el coche?!-grito desesperada mientras corro hacia el armario y empiezo a tirar toda la ropa de mala manera al suelo.
Tu ropa y la mía cubren el suelo. Volteo los cajones y mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas. Cuando vacío el armario corro hasta nuestro baño, y arranco la cortina de la ducha mientras unas lágrimas comienzan a recorrer mis mejillas:
- ¡Sabías que no pasaba si llegabas un poco tarde de trabajar!- grité.- ¡Yo te esperaría sin enfadarme! ¡No pasaba nada!
Tiro todos los gel y champús del baño, pisándolos, dejando el piso lleno jabón líquido, dejándome los pies pringosos. Salgo de este dejando mis huellas por el parqué hacia el comedor. Pateo las sillas hasta que se caen, aviento el jarrón que había encima de la mesa contra la pared, dejando cristales por todos lados. Miles de lágrimas surcan mi rostro:
- ¡¿Por qué tuviste que salirte del arcén?!- chillo furiosa
Vuelvo al salón… y comienzo a arrojar todas nuestras fotos con sus preciosos marcos contra la puerta. Tiro la mesa y grito fuertemente. Mis sollozos y mis gritos son fuertísimos, y seguramente los vecinos se asustarán, pero me da igual. Cojo un cristal del suelo, y comienzo a rasgar la tela del sillón. Noto como me hago daño en la mano y mi sangre comienza a mancharlo todo, pero no me importa. De repente tiro el cristal al suelo y sin dejar de sollozar grito con todas mis fuerzas:
- ¡¿POR QUÉ?!
Me dejo caer al suelo y comienzo a llorar fuertemente. Tengo que llorar todo lo que no he llorado:
- ¿Teresa?
Escucho como una dulce voz me nombra. Entonces te veo, eres tú. Me incorporo lentamente. Estas de pie enfrente de la puerta, mirándome sonriente, como siempre:
- So... Sofía.- susurro tu nombre
- Teresa, ¿qué estabas haciendo?
- Esperándote
Tu sonrisa se ensancha. Mis labios comienzan a dibujar una sonrisa. Por fin has venido.
Extiendo mis brazos y tus manos cálidas cogen las mías, atrayéndome hacia ti. Me abrazas con fuerza y me susurras que me amas.
Esta noche cuando Sonia llegó a darme la cena, se encontró con toda la casa destrozada y a mí en el suelo del salón… muerta. Pero a pesar de todo el escenario, mis labios dibujaban una sonrisa. Pues yo ya no estaba allí, me encuentro en un lugar mejor… a tu lado.
Un día me dijiste que nunca me dejarías… y hoy has cumplido tu promesa.
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