Hoy he cerrado la puerta de nuestra casa, y no he podido evitar dar un beso sobre la madera.
Mientras caminaba hacia el ascensor, llevando conmigo la última caja de trastos, notaba como una parte de mí ya no me acompañaba.
Se había quedada impregnada entre esas paredes, esos suelos, y esos techos.
Cada esquina, cada mueble, cada rincón de esa casa alberga miles de recuerdos y sensaciones que jamás podré olvidar.
Pero no solo míos. Esa casa no solo era mi hogar, fue el de muchas más personas, y gracias a ellas, ese piso de Manuel Becerra era, y siempre será, muy especial.
El polvo suspendido tiene olor a curry, a couscous. Aquellas noches turcas tiradas por los suelos, riendo mientras bebíamos té de frutas y comíamos de una cacerola comida árabe.
De fondo se escuchaba Tarkan, y los vecinos se quejaban de nuestras estruendosas risas.
Pero es que no era para menos. Vir con un turbante hecho a partir de una toalla y con cuatro pelos pintados en la barbilla. Mi túnica no era otra que un camisón raído. Cris oscurecía su piel hasta que parecía hecha de chocolate.
No podíamos evitar reír mientras cenábamos, fumábamos cachimba de fresa, y hacíamos vídeos tan originales que nadie en youtube podría habernos puesto puntos negativos.
Nos tumbábamos en la cama y reíamos hasta caer rendidas.
“¡Un ejercito de tiritas de bacon nos atacará!”
“Dios mío… ¿en serio el iPod ha puesto esa canción?”
“Muahahahaha, soy un vampiro, pienso dejaros el cuello… muahahahaha”
Cada frase era aún mejor que la anterior, y las noches se pasaban corriendo, incapaces de parar de hablar y bromear.
Pero los días no eran para menos.
¿Cuántas veces nos peleamos para que Nico nos hiciese caso?
Cada vez que venía era una alegría común. Nos gustaba tenerle cerca, hablar con él mientras cosíamos. Y sobre todo… ¡obligarle a hacer tortitas! Intentando que no me viera para poder robarle parte de la masa.
Y cuando los platos sin fregar amenazaban con comernos, y las pelusas eran tal que el suelo no se veía, aparecía la presencia femenina de la casa. Con su pelo suelto, sus faldas largas, siempre hablando de telas, de patrones… Fani era la única que nos echaba la bronca como si fuese una madre, aunque después comenzara a reírse con nosotros.
Es imposible relatar todas las aventuras que nos sucedieron entre esas paredes. Y menos cuando mis ojos se llenan de lágrimas mientras intento escribir esto.
Fue la primera vez que me sentí realmente en una familia. Todos nos apoyábamos y nos ayudábamos. Nadie se quedaba solo, éramos una piña, y así soñábamos que seguiríamos siempre.
Pero como siempre pasa, incluso en las mejores películas, nuestros caminos se acabaron separando.
Muchas veces he pensado en todo lo vivido, pero hoy, mientras cerraba la puerta con llave por última vez, he notado como algo se desdoblaba dentro de mí.
Porque es cierto, la semana que viene otras personas vivirán en esa casa. Pero ese piso, ese lugar, nos pertenece a nosotros. A todos nosotros: A Vir, a Cris, Lara, Nico, Fani, Isa, Dani, José, Sofía, Anima, Enri… a mí.
Y ahora que todo eso a quedado en nuestros recuerdos sellado para siempre, solo me queda deciros:
GRACIAS
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