Hora del baño

Estela había decidido que se iba a dormir a casa de Pedro hacía unas dos horas, y tras recoger unas cuantas cosas en su habitual “bolsa de mano”, le dejó 50 euros para que Alicia pudiera comprarse algo de cena y salió.

La casa, hasta ese momento, en casi completo silencio, se volvió pronto en un caos, como ya era costumbre cada vez que se quedaban solos. No pasaron ni diez minutos cuando la batidora de la cocina estaba en funcionamiento, la TV en el salón a todo volumen, y dos de los ocupantes de aquella casa discutían a voz en grito en el pasillo.

Demasiada bipolaridad para la pobre adolescente.

Respiró hondo (unas cien veces) y se subió a la mesa de centro del salón para poder cerciorarse de que TODOS le escucharían:

- ¡QUIEN NO SE CALLE EN ESTE MISMO MOMENTO, LE MANDO AL BOSQUE A BUSCAR AL LIRÓN!

Y como si hubiese lanzado el maleficio de la Bella Durmiente, el silencio reinó de nuevo en la casa. Aquello nunca fallaba:

- Habla, Ali, te escuchamos.- la voz del sombrerero a su espalda sorprendió a la joven.

- Ya que tenemos la casa sola, podríamos hacer algo de provecho, ¿no?

- Pero bájate de la mesa, que la vas a romper.

- No peso tanto, Semir.- la verdad es que las mejillas encendidas no daban demasiada veracidad a sus palabras, y menos cuando decía aquello bajando, con la ayuda de Fabritio, de nuevo al suelo.

- ¿Y tu propuesta es…?- Mozart ni siquiera se había movido del sofá y seguía con los ojos fijos en la televisión.

- Pues… a ver…- la verdad es que no había decidido nada, pero no iba a permitir que su casa siguiese pareciendo un zoo.- Que todos nos demos una ducha, por ejemplo.

- ¡Me parece una idea magnífica, Alicia!- la aludida no pudo si quiera responder, ya que Alex se encerró corriendo en el baño, al grito de guerra de.- ¡Yo seré el primero!

Sonrió satisfecha, había dado con la respuesta correcta. No es que soliera equivocarse mucho, pero con ellos nunca sabía cómo tenía que reaccionar.

Obviamente, Mozart se quejó de porqué Alexander debía ser el primero; Semir murmuraba que el agua no le sentaba muy bien, que tardaría poco; Fabritio se marchó al dormitorio, necesitaba tiempo para poder elegir que chaleco nuevo se pondría; y Akare…

Alicia recorrió con la vista la estancia, pero no le encontró en ningún lugar.

Chasqueó la lengua y se dejó caer pesadamente al lado de Mozart. Cómo no, el gato dando “problemas”. Quería demasiado a ese gato, había sido su primer compañero y aquello no se podía ignorar, pero a veces, sus comportamientos tan impulsivos le sacaban de quicio.

Y podría jurar que el escaparse en ese momento iba a traer consecuencias. No todos tenían tanta paciencia como ella.

El reloj del salón dio las nueve de la noche. En una media hora o así mandaría a alguien a que bajase al 24 horas y trajera pizzas precocinadas… o si no podían llamar al chino.

El sonido del agua de la ducha relajaba el ambiente en la sala. El conejo leía tranquilamente apoyado en el regazo de la joven, mientras que Mozart y Semir fumaban tirados sobre la alfombra.

Sus dedos se enredaron distraídamente en los blanquecinos cabellos de Alexander, provocando que este suspirara.

Realmente, no estaba nada tranquilo. Alicia no lo había notado, pero su corazón latía de manera distinta. Los nervios circulaban libremente por sus venas.

Hacía más de diez minutos que no había pasado la página, sus ojos se habían quedado paralizados en “se demoró, sin responder a su pregunta, ante la vista, por fin, de la línea de sus hombros”. La frase se repetía una y otra vez en su cabeza, con la mente demasiado concentrada en pensar en otros temas que con el de seguir la lectura de Moderato Cantabile.

De vez en cuando se escuchaba a Fabritio cantar desde la ducha, y aquello le tensaba aún más. Sabía que Alicia gritaría un poco, se pondría en modo madre y después le dejaría; los dos zánganos del suelo no moverían ni un solo dedo; y él… obviamente acabaría cediendo a los deseos de Akare, como venía haciendo inexplicablemente desde el incidente del reloj.

Pero el sombrerero era el único que era capaz de poner en orden al gato de la Duquesa.

Y como bien decía su nombre, Sombrerero Loco, sus modales no siempre eran los más adecuados.

La puerta del baño se abrió, y con la excusa de estirarse un poco, Alex se enderezó para poder asegurarse de que el estúpido gato no había aparecido y que esa noche no habría ninguna discusión:

- El baño estaba riquísimo. Muchas gracias, Ali.

- De… ¡de nada! ¡Me alegro que te haya sentado tan bien!- Alicia nunca había sido capaz de esconder bien sus emociones. Y en momentos como ese quedaban demasiado palpables.

Pero no era para menos, nadie en el salón quedó ajeno a la visión que ofrecía el sombrerero al salir del baño.

Normalmente, incapaz de despegarse de la raída camisa, su torso representaba un mapa de todos los formados músculos de su cuerpo. La palidez de su piel quedaba aún más resaltada gracias al vapor que escapaba del lavabo, acompañado del rosado color de sus aún húmedos pezones. Los pantalones de talle bajo dejaban al descubierto parte del vello púbico que poblaba su bajo vientre. Y su cabello, negro como la noche más cerrada, caía empapado, en cascada, por su espalda.

No era una imagen que se viera todo los días. Una visión para nada desagradable.

Y Fabritio lo sabía de sobra.

No había sido el amante de la Reina y de la Duquesa solamente por su impresionante sentido del humor.

Una sonrisa llena de orgullo se dibujó en sus carnosos labios cuando se fijó en los sonrojos que acampaban en las mejillas de los presentes. Aunque ese subidón de autoestima le duró poco.

Allí faltaba alguien:

- Bueno, solo le queda bañarse a Akare, ¿cierto?

Cuando el sonrojo del conejo desapareció en el acto, no le hicieron más pistas. Cerró los ojos y se concentró durante unos segundos.

No se había ido de la casa. Seguramente las palabras de ella habían sido que no se alejase nunca.

- Jamás subestimes el poder del sombrerero.- murmuró, más para él mismo que para el resto del mundo.

Se giró con tal rapidez que casi nadie pudo notarlo hasta que fue demasiado tarde, y con la base de su mano golpeó el aire…

… provocando un maullido.

Akare apareció de pronto, cayendo hacia atrás, quedando sentado en el suelo con los ojos como platos:

- ¡¿Qué mierdas me has hecho?!

- Hacerte aparecer.

Alicia y el conejo se levantaron corriendo del sofá, acercándose hacia el pasillo, aún sin creerse lo que acababa de pasar. El poder del gato era el de volverse invisible e intangible… ¿cómo había sido posible?

Y como Alexander había vaticinado, nadie más se movió:

- Cheshire, Alicia ha dicho que es hora del baño, y este ya está desocupado.- dijo Fabritio mientras notaba como otra sonrisa bien distinta a la anterior, cubría su rostro.

- No me hace falta… soy un gato, ¿recuerdas?- si Alicia era mala escondiendo sus emociones, Akare era peor.

- Es decir que te da miedo el agua.

- ¡Es decir que me limpio con mi lengua, idiota!

- ¿Tanto miedo le tienes?

- ¡He dicho que no es eso!

- Así que huyes de ella…

- ¡No tengo miedo a nada!

- Eres un cobarde…

- ¡BASTA YA!

Ambos hombres miraron como Alicia gritaba a todo pulmón.

Caminó hasta ponerse entre los dos y les miró, desafiante, preocupada… cansada de que a esas alturas aún siguieran apareciendo esas peleas que tan poco sentido tenían para ella:

- No quiero que ninguno de los dos diga una mísera palabra más a menos que yo se lo diga, ¿entendido?

Nadie habló, el silencio se cernió sobre el pasillo y el sonido de las agitadas respiraciones quedó enmudecido:

- Akare, solo es agua, y si todos se han duchado es justo que tú también lo hagas.- su voz aún estaba presa del nerviosismo, pero era dulce, calmada… como de una madre.

- ¡No me da igual el agua! Pero yo soy un gato, y mi lengua está equipada para que me pueda lavar perfectamente.- él no iba a ceder, era demasiado cabezota.

Alicia le miró a los ojos unos segundos. Por supuesto que estaba asustado, se le notaba en el leve temblar de sus pupilas.

Suspiró cerrando los ojos y se giró para volver al sofá:

- Está bien.

- No está bien.

La voz del sombrerero había sido más grave de lo que era normalmente. Cogió con suavidad, pero firmeza, el brazo de Alicia y la obligó a mirarle:

- Déjale, si no se quiere bañar allá él.

- Es que las cosas no son tan sencillas como eso.

- ¡Es solo un puto baño! ¡Me da igual!

- Pero no debe dártelo.- su voz ni siquiera se elevaba.- Si sigues así vas a conseguir acabar bajo tierra arrastrándonos a todos nosotros contigo.

Nadie se esperaba esa contestación:

- … ¡¿de qué cojones estás hablando?!- intentó zafarse del agarre del sombrerero, pero era imposible.

- Estamos a punto de comenzar una guerra. Una guerra que atañe a un mundo entero, no se basa en lo que quiera hacer cada uno, y mucho menos que te de igual.

Alexander quería intervenir. Fabritio no tenía derecho a decirle todo aquello a Alicia, por mucha razón que tuviese. Pero su voz se negaba a salir, su cuerpo estaba estático, era una estatua anclada al suelo de madera.

- Se supone que en unos meses tú serás nuestra capitana, tú decidirás cómo debemos luchar, qué golpes debemos dar. Debes llevarnos a la victoria. Sin dudar un solo segundo de las decisiones que tomes. Y nosotros las acataremos sin rechistar, sean de vida o muerte, o no.- su mano soltó el brazo de la adolescente y subió hasta el rostro, ahora asustado, de ella, acariciando sus pálidas mejillas.- Cada orden que des será irrefutable, y debes estar segura de ellas. No puedes doblegarte ante el miedo de nadie. ¿Cómo va a luchar si no es capaz ni de meterse en una bañera? ¿Y si ordenas que ataque a la Duquesa? Si le permites que haga lo que quiera, ¿de verdad piensas que en ese momento te obedecerá?

Alicia dio dos pasos hacia atrás, cortando cualquier contacto físico con el sombrerero. El aire que respiraba lo notaba helado dentro de sus pulmones. Una guerra iba a empezar y ella era la comandante.

Cerró los ojos y contuvo el aliento, el miedo había entrado en su interior y se negaba a salir. Si pudiera ahogarlo sin oxígeno…

Dejó escapar el aire mientras abría los ojos y miraba a Akare, aún sentado en el suelo, tan paralizado como Alexander.

Se le hacía tan estúpido el que todo hubiese empezado simplemente porque no quería meterse a la ducha… pero todas esas palabras estaban cargadas de una sinceridad abrumadora:

- Alicia…- murmuró el conejo, sacándola de ese mar de dudas por unos segundos.

- Hacer lo que queráis.

Miró a los tres unos instantes antes de girarse bruscamente y recorrer lo poco que quedaba de pasillo para encerrarse en su dormitorio con un portazo.

Todos se encogieron ante el sonido del golpe, excepto el gato de Cheshire…

… tenía otras cosas de las que preocuparse:

- Hora del baño, Akare.

Alexander se echó hacia atrás violentamente justo en el momento en que Fabritio se agachó a por el gato.

Este gruñó y le propinó una patada en la rodilla, pero el sombrerero ni siquiera se inmutó. Agarró ese pie que le acababa de golpear y tiró de él. Akare no se dejó vencer tan fácilmente, giró sobre sí mismo y calvo las uñas al suelo, quedándose anclado a este. Pero no duró mucho tiempo, ya que el sombrerero retorció el tobillo del gato, arrancándole un maullido mientras volvía a voltearse quedando boca arriba. Fabritio aprovechó esa posición y le cogió de las caderas, levantándole sin ningún esfuerzo. Akaré bufó y le arañó con saña en los hombros y brazos… pero esto solo provoco que el sombrerero riera divertido:

- ¿Quién se llevará el gato al agua está noche?- exclamó alegremente.

- ¡Pienso arrancarte a mordiscos todo tu pelo!

Cheshire apoyó sus pies contra la pared contigua y empujó hacia atrás, provocando que Fabritio se golpease la cabeza contra el marco de la puerta del baño. Cerró los ojos, solo unos segundos, pero ese espacio de tiempo aprovechó el gato para girarse y morder salvajemente el cuello pálido del hombre.

Pero él no paró de reírse.

Abrió la puerta del servicio de una patada, y bruscamente se giró y entró dentro del habitáculo, tirando al suelo sin delicadeza alguna al gato.

Un ruido sordo recorrió la casa cuando su cabeza golpeó con fuerza contra el suelo de azulejos. Los gruñidos del gato cesaron enseguida, al igual que todos sus movimientos. Su respiración se había cortado y boqueó unos segundos antes de volver a poder respirar con normalidad.

Pero para entonces Fabritio ya se encontraba ahorcajadas sobre él, aprisionando sus muñecas sobre la cabeza con una sola mano:

- Esto se basa en una convivencia, Akare.- comenzó mientras una mano rasgaba la camiseta de este.- Si tienes miedo a algo, te apoyas en los demás y te enfrentas, no huyes cobardemente, escondiendo lo que realmente pasa.

Arrancó con brutalidad el trozo de tela que era ahora su camiseta y la lanzó fuera del baño. Su mano, rápida, bajó hasta el borde de sus pantalones e hizo saltar los botones:

- ¿En serio esperas que me trague esa patraña de la lengua? Ya no estás en tu cuerpo de gato, eso ya no te sirve.- rompió la cremallera y rasgó las costuras.- Siempre muestras tu cuerpo, aunque solo trozos de piel específicos, ¿eh?

Akare no hablaba.

Se mordía el labio inferior con fuerza, y se retorcía como un pez fuera del agua, intentando librarse del agarre que el sombrero ejercía sobre él. Escuchaba cruelmente todas sus palabras, pronunciadas a través de una sonrisa demente; notaba cruelmente todos sus roces, como sus manos le desnudaban sin piedad.

Cuando acabó de romper el pantalón, Fabritio le observó con suficiencia, recorriendo la piel expuesta con superioridad:

- Te avergüenzas de tus cicatrices, y te escondes de tus miedos. Lo niegas, ¡claro que lo niegas!- nuevamente estalló en carcajadas, y con su mano libre, empezó a señalar con dureza diferentes cicatrices en su cuerpo.- ¿Pero a que Alicia no sabe que esta quemadura de aquí te la hizo ella con un hierro de la chimenea? Y está de aquí… unas tijeras en la cocina. ¿Esta fue con una vara o con un látigo? Y, uff… la de tu pezón es grave, seguro que casi te lo arranca, ¿verdad?

El sonido del escupitajo fue casi imperceptible, pero Fabritio ni siquiera se molestó en limpiarse la saliva del rostro:

- Esto es una familia, y nadie tiene secretos. Vamos a luchar espalda contra espalda, y yo no dejaré mi vida a cargo de un tío del que no sé ni siquiera que le da miedo. Así que o te acostumbras a esto o te largas con tu querida Duquesa.

No dijo nada más, ni borró la sonrisa ni se limpió la cara. Se miraron a los ojos unos segundos y Fabritio se levanto como si nada. Salió al pasillo y cerró la puerta con un portazo parecido al de Alicia. Solo en ese momento se llevó una de las manos al rostro y dejó de sonreír.

Obviamente, como bien ya sabía, Alex seguía allí, de pie… esperando.

Esperándole

- Necesito ver que hacemos de cena.- comentó como si nada cuando volvió a tener el rostro despejado.- ¿Crees que podrás encargarte de que se bañe?

No contestó, no quería contestarle. Abrió la puerta y se encerró dentro del baño.

Akare se había levantado, y su espalda descansaba, completamente en tensión, contra una de las paredes.

La única prenda de ropa que conservaba eran las medias. Su cuerpo se exponía desnudo, exhibiendo todas y cada una de las cicatrices que el sombrerero había nombrado… y muchas otras.

No dijo nada, ni siquiera cuando Alex entró en el cuarto y le miró, entre asustado e impresionado, pero siempre manteniendo esa compostura que tanto le caracterizaba:

- ¿Vas a entrar en la bañera?

- No.

Aquellas voces, tan secas, tan monótonas, no parecían de ellos.

El conejo suspiró y cerró los ojos, conteniendo el impulso de salir y romperle la cara al sombrerero… pero todo lo que había dicho era verdad. Hubiera actuado igual si hubiese sido él quien ocultase cosas.

Pero había sido contra Akare. Todo contra Akare.

Era el gato de la Duquesa, ¿por qué le afectaba tanto?

Abrió los ojos y le observó una vez más. Era muy alto, pero tan delgado que se le marcaban los huesos… no de forma desagradable, era como una marioneta, con las junturas marcadas… y las marcas de las astillas en cada una de las miles de cicatrices que recorrían su piel.

Las tenía hasta el lugares donde la Reina jamás había visto en su propio cuerpo.

- No te meteré en el agua, lo prometo.

Se giró y cogió todas las toallas que había en el estante, colocándolas en el suelo excepto una. Se arrodilló frente la bañera y la llenó un poco, cerciorándose de que el agua estuviese muy caliente, porque al gato de Cheshire no le gusta el frío.

Akare le miraba hacer todas aquellas cosas en silencio. ¿Por qué había entrado él? Y encima le prometía aquello, no tenía sentido. ¿Dónde estaban los “te lo mereces”, “es que eres idiota”, “deberías haber hecho caso desde el principio”? ¿Y las miradas de asco, de desprecio, de pena?

Siguió en silencio incluso cuando se giró y volvió a mirarle a los ojos, sin pasearse por las cicatrices. Caminó despacio, como si tuviera miedo de que se marchase, y se arrodilló frente a él, ajeno a la vergüenza que debería sentir al encontrarse frente a un hombre desnudo.

Le observaba desde arriba, mordiéndose la lengua con nerviosismo, cuando sus manos, calientes y suaves, colaron sus dedos por la goma de la calceta izquierda y bajó la tela, rozando sus piernas. Dobló la media y la dejó a un lado antes de quitarle la siguiente.

Por mucho que él también fuese un sirviente, nunca había doblado unos calcetines.

Alexander siempre le sorprendía por su perfección. Una perfección que odiaba en Wonderland, y que le fascinaba en España.

El conejo se levantó y le cogió la mano, encaminándole hacia la alfombra de toallas, indicándole que se sentase mientras se arrodillaba frente a él:

- No hace falta que te metas en la ducha. Mira, aquí está la esponja con el jabón y todo. Solo debes mojarlo y puedes lavarte.

¿Por qué se tomaba tantas molestias? ¿Por qué no le obligaba a meterse en la bañera como todos? ¿Por qué le trataba así?

- No quiero.

- ¡Pero Akare! ¡Tienes que hace…!

- Lávame tú.- murmuró, notando como sus mejillas se encendían.

Las mejillas de Alex también se colorearon de rojo carmesí, pero no dijo nada, ni siquiera se mostró sorprendido por esa petición. Simplemente sonrió y asintió.

Metió las manos en la bañera y recogió un poco de agua, que vertió sobre la cabeza del gato. Cuando estuvo suficientemente humedecido, puso un poco de jabón en sus manos y empezó a enjabonar la oscura cabellera de Akare.

Él solo cerró los ojos y se dejó hacer, disfrutando de la sensación que le proporcionaban las manos del conejo sobre su cabeza y cuerpo. Cuando aclaró sus pelos, cogió la esponja y empezó con el resto de la piel.

Notaba el agua sobre él, y eso hacía que estuviera en tensión. Esta le daba tanto miedo…

Pero Alex no permitía que esta le empapara. La humedecía lo suficiente para que el jabón hiciese espuma, y a la hora de aclarar mantenía una toalla en la otra mano para irle secando poco a poco.

¿Por qué se tomaba tantas molestias? ¿Por qué le hacía sentir tan bien?

Vertió el agua por última vez sobre el cuerpo del gato y quitó el tapón para poder vaciar la bañera. Akare seguía quieto, con la mandíbula apretada y los ojos cerrados, pero completamente tranquilo.

Una sonrisa fugaz cruzó su rostro, y tras recoger la toalla que había dejado apartada, cubrió el cuerpo limpio del gato:

- Ya está, no más agua.

Akare abrió los ojos y se perdió en los del peliblanco, intentando recordar como era eso del habla:

- Grac…

- Ahora te toca a ti.

- ¿A mí?

Alexander sonrió, notando sus mejillas nuevamente acaloradas. No entendía el porqué iba a pedir aquello, pero lo quería… lo deseaba.

- Antes has dicho que tu lengua está totalmente equipada para que puedas lavar con ella, así que quiero que me laves.

- Pero… tú ya te has duchado.- su voz sonaba nerviosa, incluso más que antes, y eso le arrancó una risita al conejo.

- Ya, bueno… pero me he dejado un poco por aquí… y aquí…

Esta vez fue Akare quien dejo escapar una risa en un susurro.

Se arrodilló y se acercó a él, dejando que la toalla se deslizara por la piel aún humedecida, dándole igual la desnudez que presentaba.

Aquello debía de ser algo, ¿divertido? Entonces no entendía como su corazón palpitaba tan desbocado.

Alex no había sido consciente de cuando había cerrado los ojos, pero el contacto de la lengua del gato contra su cuello le hizo abrirlos de golpe.

Era áspera, pero suave, fría y caliente, dura y blanda, decidida y temblorosa.

No pudo reprimir un leve gemido cuando esta dio paso a los afilados dientes de Akare, que mordieron delicadamente la carne de su hombro. Su lengua de nuevo volvió a cobrar protagonismo y subió por su mandíbula, antes de volver a bajar y descansar en la clavícula, mordiendo la carne que recubría los huesos salientes.

El conejo se mordió el labio inferior y contuvo la respiración cuando los dientes de Akare, esta vez, mordieron su nuez:

- Pues yo te noto perfectamente limpio.

- ¿Qué?

- Que estás muy limpio.- susurró sonriente, demasiado cerca de los labios del roedor.

Y fue como si el tiempo se hubiese detenido. Ambos tan cerca, tan juntos… y uno de ellos tan desnudo…

Sus labios estaban demasiado próximos. Quizás si se acercaba un poco más podría decidir si ellos también estaban lo suficientemente limpios, o haría falta que su lengua los limpiase…

Pero nunca pudieron comprobarlo, ya que en ese momento decisivo, Alexander notó como un escalofrío le recorría la espalda hasta la cabeza, y esta hasta la nariz y… no pudo contener el estornudo.

Todo su menudo cuerpo botó y se encogió un poco sobre sí mismo, obligando a Akare a apartarse, y empezar a reírse con fuerza:

- Jo… no te rías de mí.- murmuró Alexander avergonzado.

- ¡Tenías que haberte visto la cara! ¡Estabas todo como arrugado!- exclamó entre risas, tumbándose sobre las toallas húmedas del suelo sin dejar de reír.

- ¡Cállate, estúpido gato!

Aunque debería haber sonado autoritario, realmente su boca también dibujaba una sonrisa divertida. La situación lo requería.

Y así pasaron los minutos, hasta que Akare pudo calmarse, y giró la cabeza para poder mirar a Alexander a los ojos. Y dedicarle la sonrisa más espléndida que el conejo jamás hubiera visto:

- Tranquilo, no contaré a nadie que cuando estornudas pones cara de bebé.

- Ja ja, que gracioso.

Akare respiró hondo y se incorporó, envolviéndose con la toalla seca mientras se acercaba a la puerta, pero con la mano ya apoyada en el pomo, giró una vez más el rostro hacia el conejo:

- La próxima vez que quieras que recorra tu cuerpo con mi lengua, no hace falta que te inventes una excusa tan mala como esa.

Y tras decir eso, con la sonrisa más pícara que pudo portar, salió del servicio rumbo al cuarto de Alicia, dejando a Alex con el rostro completamente sonrosado.

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