Ya es la quinta vez, y parece que nunca vas a dejar de hacerlo.
Da igual cuantas veces te amenace con torturas que sé que desbaratarían tu mente hasta reducirla a cenizas. No te importa.
Disfrutas de cada intento, ¿verdad?
Coloco la aguja una vez más sobre la llama de la vela antes de seguir cosiendo la gran herida que no cesa de sangrar en tu antebrazo.
Si no fuera por las cicatrices que cruzan tu piel, habría perdido la cuenta de cuantas veces te he cosido ya.
Sí, son señales de propiedad, señales que acreditan que eres mía.
Pero mis posesiones me gustan limpias y perfectas hasta el momento en el que decido acabar con su vida. Hasta el momento en el que decido que van a dejar de ser meras posesiones y se van a convertir en un arte.
En mi arte.
Pero tú disfrutas haciéndome enloquecer a cada nuevo intento. Destrozándote más y más.
Si tantas ganas tenías de morir, haber esperado un poco más. Yo podría haberte pedido que me acompañases aquella noche, habría drogado tus sentidos con las uvas envenenadas, y con mi afilado amigo, hubiese rajado tu piel hasta convertirte en una obra maestra compuesta por tus propias vísceras.
Ya ni siquiera te quejas. Solo frunces los labios y me dejas remendarte como si fueras un calcetín roto.
Tengo ganas de golpearte hasta dejarte sin sentido. Destrozar ese rostro que me ha robado el alma. Sacar el corazón que late en tu pecho y comérmelo ante tus ojos.
Pero lo único que hago es terminar de curar las heridas que te has hecho mientras yo compraba la comida.
Y rezo, sí, rezo, para que no vuelvas a intentarlo. Para que esta vez te convenzas de que tu muerte precipitada no beneficia a ninguna. De que si te coso una y otra vez no es porque te considere una puta más a la que solo mantengo por capricho.
Te tumbas dándome la espalda. Me odias por haberte traído de vuelta por enésima vez, negándote el derecho que ejerces cada vez más a menudo de terminar con tu existencia.
Me quedo en silencio, viendo como poco a poco el sueño te vence y te conviertes en una muñeca de aura triste y solitaria.
Solo te observo, dejando que la vela se consuma hasta que nos sume a las dos en la más absoluta oscuridad, convirtiéndonos en dos sombras idénticas.
Dos sombras idénticas que solo subsisten en hacerse daño la una a la otra para demostrar que se importan.
No dejaré de intentarlo, y lo sabes.
ResponderEliminarNo voy a esperar a que tú decidas que es el momento adecuando, porque ese momento no llega.
¿Quien iba a decirte que encontrarte con una persona que amara la muerte más que tú te trastornaría tanto?
Nunca dejaré de intentarlo, ni de disfrutar de tu frustración al ver que sigo intentando escapar, ni a esa sensación que me embriaga cuando sostienes mi brazo y coses con cuidado mis heridas.