Abrázame

A mí no me gustaba que gritasen a Sirius, ni que le castigasen, no me gustaba ver a mi hermano mayor triste.

Yo solo… yo solo…

A veces cuando comentaba las cosas durante la comida, yo no pensaba que le fueran a afectar a él de esa manera.

Solo tenía ocho años, aún no entendía nada de todo aquello.

Todo lo que hacía Sirius me parecía perfecto, maravilloso, sin ningún error o maldad entre medias. Cuando lo decía en las reuniones, ni se me pasaba por la cabeza que fueran a pegarle, yo creía que le felicitarían, que se sentirían orgullosos por tener a un hijo tan estupendo como él.

Pero siempre me equivocaba.

Salí corriendo del comedor y me quedé pegado a la pared, esperando a mi hermano.

Nuestra madre gritaba enfadada, y Sirius le contestaba aún más fuerte.

Se escucharon dos bofetadas, pero mi hermano no se calló y siguió aún más.

Cuando mi padre le lanzó un Crucio me tapé corriendo los oídos para no escuchar sus gritos…

La primera en salir fue mi madre, arreglándose en peinado, con las mejillas encendidas debido al enfrentamiento.

Ni siquiera me vio.

Nunca me veía.

- ¿Y tú que haces ahí, gilipollas?

Me di la vuelta corriendo para ver a mi hermano.

Su cara estaba completamente roja y tenía rastros de haber llorado.

Me mordí el labio inferior, sintiéndome terriblemente culpable. Yo no quería que sucediese nada de eso.

Me acerqué para poder abrazarle, consolarle, pedirle perdón por no haber estado con él, hacer que se sintiese mejor, recordarle que no estaba solo…

Levantó el puño y lo impactó con fuerza en mi cara.

No me dio tiempo para poder aguantar el equilibrio y caí de espaldas, golpeándome la cabeza contra el mueble del pasillo:

- Estúpido traidor… chivato de mierda… ¡ojala nunca hubieses nacido!- me gritó en un susurro antes de empezar a subir las escaleras rumbo a su cuarto.

Se me cortó la respiración.

Notaba mi cabeza como si fuese una piedra candente. Mis pulmones se negaban a respirar de nuevo. El pecho me pesaba tanto como si hubiesen colocado encima una gran masa de piedra.

Cerré los ojos con fuerza, notando como a través de los parpados miles de lágrimas se acumulaban luchando por salir al exterior.

No pude ver como mi padre salía del comedor y se acercaba a mí, aún enfadado por la discusión con mi hermano.

Me agarró con fuerza del cuello de la camisa y me levantó en vilo, colocándome de mala manera sobre uno de los escalones:

- Estúpido niñato, siempre en medio.- murmuró entre dientes.- ¡Desaparece de mi vista ahora mismo! ¡Vamos!

No hizo falta que lo repitiera más para que subiera corriendo la escalera.

No fui capaz de subir hasta el segundo y encerrarme en mi dormitorio. Tenía los ojos tan anegados de lágrimas que no veía ni por donde andaba, y cuando llegué al primer piso, tropecé con la alfombra que cubría el piso de madera.

Me tapé corriendo la boca, si lloraba muy fuerte, mis padres se enfadarían. Y si se enteraban que Sirius me había pegado, le regañarían aún más.

Me quité de en medio del pasillo y me hice un ovillo tras uno de los armarios que cubrían las paredes.

Deseaba volverme invisible, que nadie me viese u oyese. No quería molestar…

Entonces noté como alguien se acercaba y me encogí aún más. Si era Sirius, me pegaría un capón por se un llorica, y si eran mis padres…

Pero solo me acarició el cabello.

Levanté la mirada, pensando que sería Kreacher, solo él venía a consolarme cuando estaba así.

Era Deneb, la prometida de Sirius.

Ni siquiera me había acordado que estaba en casa durante esa semana.

Iba a secarme los rastros del lloro y a disculparme, cuando se arrodillo frente a mí.

Me quedé totalmente desconcertado con su sonrisa.

Era tierna, tranquila, llena de paz.

Se acercó para poder abrazarme, consolarme, pedirme perdón por no haber estado antes, hacer que me sintiera mejor, recordarme que no estaba solo…

Al principio me tensé, sin saber muy bien como reaccionar.

Todo eso era muy extraño para mí.

Aunque esos pensamientos pronto abandonaron mi mente, dejándome llevar por lo que sentía, abrazándome a ella con fuerza, enterrando mi rostro en la curvatura de su cuello, sin importarme nada más que ella me abrazase con la misma intensidad

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