No estoy seguro de porqué nos estamos riendo, pero las risas salen a borbotones por nuestros labios.
Subimos corriendo los escalones hacia nuestra casa, intentando acallar las risas a medias con besos torpes y caricias insinuantes en las partes más pudorosas de nuestro cuerpo.
Constanze saca la llave de casa, pero estamos tan borrachos que nos es imposible abrir la puerta hasta minutos más tarde.
Cuando esta se abre, la primera en caer es ella, cogiéndome de la mano, obligando a que yo también caiga, encima suya.
Salieri ríe durante unos segundos antes de mirarle a los ojos. Wolfgang adora esa risa, esa pequeña sonrisa pícara que se forma en sus labios. Nunca suele reír… solo cuando está con él, y lo sabe.
Antonio le acaricia sus revueltos cabellos, sudorosos, y deja que sus dedos caigan hasta las encendidas mejillas, a causa del alcohol, del alemán. Mozart hace lo propio con la barbilla velluda del compositor italiano.
Ríen de nuevo, y Wolfgang se mueve para poder acercarse a la boca del hombre que descansa bajo su cuerpo, y deja que sus labios se junten.
Me separo bruscamente de mi mujer. El sabor de sus labios aún perdura en los míos… pero no era a ella a quien…
Constanze me mira desde el suelo, aún muerta de la risa.
Se incorpora como puede, apoyándose en la pared, y cierra la puerta, dejando la llave tirada por el suelo. Se acerca a mí, tambaleante, y rodea mi cuello con sus brazos finos y femeninos.
Su aroma me embriaga, y me hace sonreír como un tonto. Adoro la cara que se le queda cuando me mira así.
Río y la estampo contra una de las paredes, besándola con fiereza, recorriendo esa cavidad húmeda que tan bien conozco. Mis manos se cuelan bajo su falda y le obligo a levantar una pierna, pierna que ella enrosca alrededor de mi cadera.
El italiano enreda sus finos dedos de pianista en la rizada cabellera dorada de Mozart. Le obliga ha echar la cabeza hacia atrás, dejando su cuello libre a todas las malvadas ideas que se le puedan ocurrir a su lujuriosa boca.
Pronto Salieri recorre esa parte de piel con la lengua, provocando que Wolfgang empiece a gemir sin control:
- Qué fácil es hacerte temblar.- susurra contra el cuello de este antes de morderlo, apretando el abrazo de su cadera, acercándole aún más a su cuerpo.
No… eso no está pasando.
Cojo las muñecas de Constanze y elevo sus manos sobre su cabeza, notando la mirada pícara que ella me dedica.
Mientras con una mano la mantengo presa, con la otra desato el corsé y lo lanzo al suelo con fuerza, dejando que las hebillas de este reboten sonoramente contra el suelo de madera.
Vuelvo a besarla con vehemencia, mientras que mi mano libre acaricia los pechos exuberantes de mi mujer.
Mi respiración está acelerada, pero no por lo que cree ella. Muerdo su labio inferior y mi mano baja hasta el borde su falda, colándome bajo esta, acariciando su vello púbico.
Ella ríe, y me besa apasionadamente. Está rebosante de amor.
La suelto, y tras entrelazar mi mano con la suya, caminamos hacia el cuarto. Queremos devorarnos el uno al otro sobre las sábanas ásperas de nuestra cama. Pero estamos tan deseosos que no somos capaces de llegar, y nos quedamos apoyados contra el marco de la puerta.
Yo contra la madera, ella apoyando todo su peso sobre mí.
Deja su rostro contra el cuello del rubio, aspirando sonoramente el aroma del compositor alemán, haciendo que la carne de este se ponga de gallina.
El pecho de Salieri ya está desnudo, y Wolfgang aprovecha para bajar su rostro hacia los pezones erectos de su amante, mordiéndolos, lamiéndolos, succionándolos como su fuera el pecho materno.
Mientras tanto, las manos del italiano no están quietas, y desnuda el torso de Mozart, comienza a desabrocharle los pantalones…
- No tengas tanta prisa…- susurra antes de soplar sobre su pezón izquierdo.
- Es que tengo ganas de ti.
- Pero lo bueno se hace esperar, tú sabes…- dice conteniendo unas risitas traviesas.
Antonio deja los pantalones del joven y le coge de la barbilla, obligándole a apoyar la cabeza de nuevo contra el marco de la puerta. Acerca su cuerpo lo más que puede, aplastando al alemán contra la madera, y acerca sus labios a los suyos.
No le llega a besar, y con su barbilla aún apresada, le prohíbe a Wolfgang intentarlo siquiera. Deja que su aliento, fuerte, masculino, viril, se cuele dentro de la boca de Mozart, y que su barba le haga cosquillas en la suave piel, aún de adolescente:
- Te deseo, de todas las formas posibles en la que se puede desear a alguien.
- Yo también… créeme que yo también te deseo, muchísimo.
- Entonces no sé a qué esperas, pero lánzame ya sobre la cama.- dice Constanze mientras se separa de mí y empieza a reírse estrepitosamente.
Yo no puedo ni moverme, es como si me hubiese quedado clavado a la madera.
Cierro los ojos y hago rechinar los dientes con impotencia. Me doy asco a mí mismo. Me siento repugnante.
Me separo bruscamente y empujo a mi mujer contra la cama. Le arranco con furia lo que queda de la falda, y ataco a mordiscos su estómago y bajo vientre, mientras me deshago de mis pantalones.
La beso con fiereza, chocando nuestros dientes sin delicadeza alguna, y mis manos arañan sus muslos.
Quiero perderme entre su piel, fundirme en su interior y no salir nunca más.
La barba áspera le hace cosquillas contra el oído de Mozart:
- Menos mal que el que tenía ganas era yo…- susurra aguantándose una risa malvada.
No volver a pensar más.
Muerdo, quizás con excesiva fuera, el cuello inmaculado de mi esposa, y penetro en su interior de una sola estocada.
Ella araña mi espalda, pero me da igual, mejor. Quiero sentir dolor, quiero que me duela cada movimiento. Que el dolor nuble mis pensamientos.
Pronto me dejo llevar, y todo prosigue como si nunca hubiese pasado nada malo. Nos besamos, nos acariciamos, buscamos el ritmo que más nos complace a ambos. Variamos las posturas y gozamos de nuestro juego sensual. Reímos durante el acto y por unos minutos, mi mundo se reduce a ella.
- ¡Ohh! ¡Wolfgang! ¡Wolf! ¡Ahh!
Cada uno de sus gritos es una ópera para mis oídos.
Se deja caer sobre mi pecho, agotada. Su corazón late desbocado, al igual que el mío, y sonrío como un idiota mientras acaricio su cabello sudoroso, ralentizando mi acelerada respiración.
Giramos hasta acabar de lado, mirándonos a los ojos durante unos instantes:
- Ha estado genial.
- Tú siempre estás genial.- murmura.
- Lo sé, soy magnífico.
Nuevamente, su risa inunda la estancia, así que bajo un poquito, para poder dormir sobre sus cálidos pechos. Pero antes, deposito un dulce beso sobre su barriga:
- Te amo, Amadè.- susurra medio dormido.
Cierro los ojos de nuevo, notando esa sensación de impotencia recorrer mi cuerpo, mientras me acomodo entre los pechos de Constanze.
Porque es ahí donde debo estar, en la cama, con mi mujer. Besando su suave piel empolvada, soñando entre sus maduros pechos. Sabiendo que he hecho lo correcto al estar a su lado.
Pero mi mente, traidora de ella, se encuentra lejos de allí. Recorre las calles vacías de madrugada, sube los pisos de un gran edificio cerca del centro, se cuela bajo la puerta y encuentra su lugar entre los brazos de un, maldito, italiano.
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