La amo, la amo sobre todas las cosas.
La quiero incluso por encima de la música.
Cuando estoy cerca de ella, el corazón me late a tal velocidad que siento que se me puede salir del pecho.
Me hace sentir un verdadero héroe, un príncipe que es capaz de matar a mil dragones para poder rescatarla de su alta torre. Y al mismo tiempo, sigo siendo un niño cuando me acurruco entre sus brazos para conciliar el sueño.
El pequeño Karl va a cumplir el año dentro de unos meses. El verano empieza a desaparecer lentamente, y las noches se avecinan cada vez más rápido.
Wolfgang cierra la ventana de la sala. Un aire frío empieza a anunciar el anochecer, y no quiere que Constanze vuelva a enfermar.
Ella le sonríe, sin dejar de amamantar el pequeño Mozart. Ha heredado el cabello oscuro de su madre, pero los ojos azul profundo de su padre. Bebe con ansia, y eso provoca que Constanze deje escapar pequeños suspiros y jadeos.
Amadé se acerca a su esposa y besa su frente antes de sentarse en el suelo, a su lado. La mira embelesado, y ella le regala sonrisas pícaras.
Pronto, el pequeño Karl deja de beber, quedándose dormido entre los brazos de Constanze. Esta ríe, y se agacha lo suficiente como para poder regalar un beso apasionado a su marido.
No es que esté orgulloso de mi forma de vivir (que lo estoy) pero sé de sobra que no toda la gente comparte mi punto de vista.
Piensan que soy un libertino, que no valoro la vida, que malgasto mis oportunidades… que lo llamen como quieran.
Stancie es la única persona que no me juzga. Nunca lo ha hecho y sé que nunca lo hará.
Conoce mis defectos y mis virtudes, y los acepta todos. Porque me ama tanto como yo la amo a ella.
Tras dejar a Karl acostado en su cuna, Wolfgang no aguanta más y aprisiona a su mujer contra la pared, besándose entre risas, acariciándose con desesperación.
No son capaces ni de llegar a la cama. Se tumban en el frío suelo del dormitorio, sin dejar de morder y arañar su piel. Se funden con impaciencia. Necesitan sentirse YA y no piensan esperar…
… ni a llegar a la cama, ni a que Constanze se recupere de su peligroso parto.
Lo hacen rápido, sin delicadeza alguna. Varían de posturas mientras se revuelcan por el suelo, gozando como dos animales en celo. Acaban una hora más tarde, tendidos entre temblores, riendo a carcajadas.
Si ella hubiese nacido hombre, seguro que hubiera llegado a ser más virtuoso que yo. Sus dones son impresionantes y dejan embobado a cualquiera.
Es mi confidente, mi amiga y mi hermana; bebe cerveza como yo y es la única persona que me puede ganar al billar; es la mejor haciendo trampas al Báciga y solo ella conoce la forma de hacerme callar.
Pero también es mi mujer, mi amada, mi musa y mi vida.
Constanze acaba tan agotada que no es capaz de subir a la cama ella sola. Y jugando a los reyes y reinas, Wolfgang la recoge en volandas, depositándola suavemente sobre el colchón.
Ha sangrado un poco, y mientras Amadé limpia el suelo, su mujer se queda dormida.
Él sonríe, y besa sus cabellos antes de vestirse y salir a la calle, rumbo a la taberna más cercana. Será un genio, pero no tiene ni la más remota idea de cocinar.
Aunque sus planes pronto son interrumpidos al chocarse contra un hombre robusto envuelto en un abrigo de cuero.
Solo hay una parte de mí donde Stancie no es la dueña y señora.
Ella adora mi música, vive para escucharla y admirarla como si fuera un regalo de los dioses… pero no la comprende.
Constanze siente mi música con el alma, pero no la entiende con la cabeza.
Y hasta hacía unos años pensaba que solo yo podría hacerlo.
El joven alemán ríe mientras se separa, reconociendo a Salieri enseguida. Y aunque Wolfgang parece divertido ante el encuentro, el italiano no parece opinar lo mismo. Se coloca, visiblemente molesto, la ropa y le saluda secamente, deseando reanudar su camino.
Pero Wolfgang no comparte esa idea, y empieza a parlotear rápidamente mientras anda, obligando al otro compositor a seguirle rumbo a la taberna.
No tardan ni doscientos metros cuando ya han empezado a discutir. El orgullo de Amadé saca de quicio al humilde Antonio. Y este parece divertirse ante el mal humor que saca con él el italiano.
Es gracioso verle perder la compostura, subir su eterno bajo tono, y crisparse a cada palabra… o eso cree el joven Wolfgang.
Él llegó un día y puso mi mundo patas arriba.
Sé que admira mi música más que a nada, y también que me envidia tanto que sería capaz de matarme. Y eso solo se puede conseguir si ha sido capaz de leer mi música como yo la escribo.
Nunca me había importado las opiniones de la gente, pero la de Antonio me es necesaria. Aunque siempre me diga cosas malas, sé que en el fondo no piensa así.
Aunque Salieri sea normalmente una persona paciente, con Mozart es imposible serlo durante demasiado tiempo.
Cuando pasan cerca de un callejón, Antonio no lo soporta más y le empuja bruscamente en el interior de este. Wolfgang, lejos de asustarse o preocuparse lo más mínimo, estalla en carcajadas, y se burla del italiano, tildándolo de mafioso y de ser un violento. Pero a pesar de sus risas, Amadé se pone nervioso, y forcejea con él, intentando librarse y poder irse a la taberna. Jugar con Salieri le ha “cansado”
Desgraciadamente, eso es demasiado tarde. Antonio agarra con fuerza las pequeñas y delicadas muñecas del compositor y eleva sus manos sobre su cabeza.
Ahora SI que Wolfgang está asustado.
Sus mejillas se tiñen de rojo cuando Salieri se acerca peligrosamente, y susurra contra sus labios que no le obligue a romper sus delicadas manos en un “ataque de violencia mafiosa”.
Antes de casarme con Stancie estuve con muchas personas, hombres y mujeres. Pero nadie, nunca, me había atraído tan devastadoramente como él.
No es que sea especialmente guapo (que lo es), si no que puede leer en mi interior con tal facilidad que me asusta. Una sola mirada y conoce mis intenciones incluso antes de que yo sea consciente de lo que haré.
Salieri me da tanto miedo… que me atrae irremediablemente.
Un silencio abrumador se cierne sobre ellos. La noche ya se ha instalado sobre la ciudad, y les cuesta poder mirarse en aquel callejón tan oscuro a pesar de la cercanía.
El aliento de Antonio se estrella contra el rostro azorado del joven alemán. Su cuerpo tiembla, y no precisamente por el frío de la pared en la que está apoyado.
Los labios de ambos están tan próximos que casi se pueden rozar, y ese pensamiento obliga a Salieri a cerrar los ojos durante unos segundos. Cuando los abre, sus mejillas están tan rojizas como las de Mozart.
Antes de cometer una locura, se separa de Wolfgang, portando una sonrisa de superioridad, comentando que es muy sencillo asustarle y que en verdad sigue siendo como un niño mientras camina de vuelta a la calle principal.
Mozart necesita unos segundos antes de volver a recobrar el aliento. Su corazón late desbocadamente, pero lo controla con rapidez mientras corre tras el italiano. Aún quiere llevarle a la taberna e intentar emborracharle.
Sé de sobra que Constanze es el amor de mi vida. Solo con ella puedo compartir cada segundo de mi existencia sin cansarme.
Pero amo a Antonio infantil y desesperadamente. Él es la única razón por la que intento superarme en una materia en la que sé que soy el mejor.
Son amores tan distintos como iguales, tan extraños como necesarios.
Pero aún así, siguen siendo amor.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTe entiendo, Wolfy, te comprendo y no, no te juzgo ni mucho menos pienso culparte por algo que tú no puedes evitar. Y no te preocupes. Sabes que yo nunca te haría elegir. A mi me tendrás a tu lado siempre, pase lo que pase.
ResponderEliminarNo me hubiese atrevido a soñar que compartiría mi vida con alguien como tú, nunca imaginé que sería tan feliz.
Ich liebe dich
Tu Stancie
P.D. Haberte lanzado ¬¬