Aún estaba dormido, pero los primeros rayos del sol dieron de pleno contra mi rostro, traspasando los parpados cerrados e invadiendo mi sueño, si es que estaba soñando.
Abrí los ojos lentamente, con una pesadez de la que ni siquiera era aún consciente. No debían ser más de las siete de la mañana, y aunque lo intentara ya no sería capaz de volver a conciliar el sueño.
Malditas persianas… debería haberlas bajado anoche. Pero supongo que estaba demasiado ocupado en otras cosas como para acordarme de ello.
Cerré los ojos una vez más y respiré hondo, empezando a activar mi cuerpo adormecido. Lo notaba pesado, como si hubiera estado corriendo toda la noche y hasta ese momento no hubiera caído sobre la cama.
Bostecé y me giré, sabiendo de sobra con lo que me iba a encontrar.
Nada. No había nada con lo que encontrarme.
Supongo que era una norma no escrita entre nosotros desde hacía años. Podíamos follar como dos animales en celo esporádicamente. Pero ya fuera en mi casa, en la suya, en su hotel o en el mío, nunca, JAMÁS, nos despertábamos juntos.
Me quedé mirando su lado de la cama durante unos segundos, imaginándome lo raro que sería el encontrármelo allí una mañana.
Me estiré y aparté las sábanas con los pies, empezando a enumerar en mi cabeza todas las cosas que debía hacer mientras me levantaba de la cama rumbo al baño.
El agua templada cayendo sobre mi desnudo cuerpo acabó por despertarme. Cerré los ojos, imaginándome cada uno de los ríos de agua cristalina que se deslizaban por los pliegues de mi piel.
Salí de casa corriendo. La tontería de haber metido las sábanas en la lavadora me había hecho perder demasiado tiempo, y si quería llegar puntual no me daba tiempo si quiera a desayunar.
Me regañé a mi mismo mientras me abrochaba la chaqueta y caminaba a pasos agigantados por las calles neoyorquinas rumbo a la gran nave que teníamos cerca del centro.
Nunca había tenido un grupo de trabajo. Solamente era el socio de Dom, y según los trabajos que íbamos realizando, contábamos con unas personas o con otras. Pero tras conseguir Origen, él ya no quiso seguir trabajando de esto, y de pronto, sin saber muy bien como, antes si quiera de que me percatara de que me acababa de quedar sin trabajo, como quien dice, Ariadne propuso que creáramos un grupo, una asociación, y siguiéramos trabajando juntos.
Como no, Eames enseguida estuvo de acuerdo, e incluso Yusuf decidió que la vida en aquella tienda ya no era tan emocionante como lo que la idea de la joven francesa podía proporcionarle.
Cuando todos me miraron suplicante, no tuve muchas opciones para poder negarme ante tal tentadora oferta.
Acabé corriendo las dos últimas calles para llegar a tiempo. Sabía de sobra que si llegaba cinco minutos tarde nadie me diría nada. Pero había como una especie de consciencia en mi interior que me arañaría las entrañas si eso llegara a suceder.
Tomé aire, y para poder serenar mi respiración, subí por el ascensor. Durante los diez pisos pude tranquilizarme, secarme las pequeñas gotas de sudor que se habían formado en mi frente, arreglar mi camisa y chaleco, y salir perfectamente hacia nuestra sala de trabajo.
No pude evitar sonrojarme un poco al observar que ya estaban todos allí, y por sus posturas relajadas, parecía que ya llevaban mucho rato:
- ¡Ey, Arthur! Creo que es la primera vez que llego yo antes que tú.- dijo Yusuf a modo de saludo.
Solo le dediqué una sonrisa de lado mientras me quitaba la chaqueta y la colgaba en el perchero. Por dios, no era posible que estuviera esa mañana tan lento.
Pero por si todo aquel malestar era insuficiente, el olor a café y a bollería hizo que un dolor punzante en el estómago me recordara que no había desayunado.
No había empezado con buen pie ese día:
- Buenos días, Arthur.- saludó Ariadne, ofreciéndome una sonrisa radiante.- No tienes buena cara, ¿ha pasado algo?
Pero antes de que pudiera contestar, alguien lo hizo por mí:
- No te preocupes, Ari, está genial. Solo que se le han quedado pegadas las sábanas, ¿verdad, cariño?
- Por lo menos yo me he tomado la molestia de tener mi trabajo a punto, cosa que dudo mucho que tú tengas.
- Pues para tu información no me queda ni un solo dato por recopilar.
- Vaya, que novedad, ya tenemos algo más que el otro día, algo digno de agradecer, señor Eames.
- ¿Has desayunado? He traído café y muffins para todos.
Esta era una de las cosas que las que no trababa al inglés. De pronto, sin venir a cuento, cortaba las conversaciones con temas completamente diferentes que no tenían nada que ver:
- Es verdad, que descortés, no te hemos ofrecido ninguna.- se excusó corriendo Ariadne, volteándose para mirarme.- Ya solo queda una, pero si la quieres, tómala.
- Claro, seguro que te has puesto a hacer colada y ni siquiera has desayunado.
Y esta era otra de las razones por las que no le soportaba. Sin razón aparente, sabía todo de mí:
- Para tu información, Eames, si que he desayunado.- mi voz con él siempre era fría y cortante, nada que ver con la dulce y amable que utilizaba para Ariadne.- Tranquila puedes comerte la última si quieres.
Ella sonrió, susurrando un “gracias” antes de coger el bizcocho, mientras Eames dejaba escapar una de sus características risas, siempre dirigidas hacia mí. Y antes de que pudiéramos decirnos nada más, Yusuf, que nos miraba medio adormilado, nos recordó que teníamos mucho trabajo por delante.
Y así transcurrió el día, más o menos.
Que Eames y yo nos estuviéramos picando todo el día era ya algo tan natural como el respirar. Pero no sé si fue el hecho de que no había desayunado, de que nuevamente me desperté solo en la cama (aunque eso no entendía porqué debía de afectarme negativamente) o que hubiera adivinado que había cambiado las sábanas, pero el resto del día fue una lucha continua de frases sarcásticas y pequeños golpecitos, que poco a poco me fueron cabreando más y más:
- Venga, cielo, vámonos al bar.
Ya solo quedábamos él y yo en la nave, y mientras me dedicaba a ordenar algunos de los papeles con anotaciones que habíamos hecho a lo largo de la mañana, Eames recogía las “maquinas del sueño” y colocaba los sedantes.
- Ni siquiera he cenado, como para pensar en irme a un bar.- contesté si tan siquiera mirarle.
- Bueno, pues te invito a cenar.
- No.
- Pero yo quiero ir a un bar, e ir a un bar solo en Nueva York es muy triste.
- Ese no es mi problema.
No escuché como se acercó, y sin que me diera cuenta, me arrebató los papeles de la mano:
- No te estoy proponiendo ir a un bar juntos porque quiera acabar en tu cama, restregándome contra ti hasta quitarte el aroma corporal. Simplemente quiero ir a tomarme una cerveza. Y no quiero ir solo.
Una razón más para odiarle con todas mis fuerzas. Podría decirte cualquier cosa, pero siempre con las palabras más educadas y la sonrisa más amable que pudieras imaginarte.
Tragué saliva, intentando controlar la sangre que luchaba con agolparse en mis mejillas:
- No te había dicho que no porque pensara que era por eso, Eames. Pero yo no quiero tomarme nada, y menos sin haber cenado antes.
- ¡Oh, venga! Ni que te estuviera ofreciendo quince litros de tequila. Solo una cerveza, nada más.
- Contigo nunca es solo una cerveza.
- Esta vez sí. Te lo prometo.
- Como si yo creyera en tus promesas.
- ¡Venga, Arthur! ¡Es solo una cerveza!
- Ya te he dicho que no.
Pero una hora más tarde nos encontrábamos en un garito de mala muerte cerca de Central Park. La música enlatada sonaba por todo el local, y a pesar de las pintas malísimas que presentaba, e l bar estaba hasta los topes.
Y como ya había vaticinado, no fue solo una cerveza, en absoluto. Empezó con tres cervezas, después dos chupitos de tequila, y por último un bien trago de absenta.
Mi estómago se encontraba vacío, excepto por el pobre sándwich que pavo que había podido comerme a mediodía. Asi que el alcohol se balanceaba entre mis entrañas como unos rápidos bajando por una montaña empinada y rocosa.
Supongo que Eames notó que mi cuerpo no aguantaría más cuando vomité en el suelo del local, manchando a tres tíos que teníamos a nuestro alrededor.
Sé de sobra que a ninguno de esos tipos les haría gracia alguna que les manchara así como así, y seguramente habría una pelea muy grande, pero yo no recuerdo nada.
Después de vomitar, me encontré veinte minutos más tarde subido en un taxi, pasando por la 21.
El coche olía a tabaco barato, y eso hizo que mi estómago volviera a revolverse.
Cerré los ojos, y fue entonces cuando fui consciente de que estaba tumbado, con la cabeza sobre las piernas de Eames. Él iba acariciando mi cabello distraídamente mientras charlaba con el conductor sobre marcas de motos.
Mi malestar era insoportable. Por dios, quería desaparecer en aquel mismo instante, el movimiento del vehículo me estaba matando lentamente. Pero cuando noté que una nueva arcada empezaba a subir por mi garganta, el coche paró y escuché como pagaba al taxista:
- Venga, cielo, ya hemos llegado.
No tuve fuerzas si quiera para contestarle que no me llamara así, y menos delante de un desconocido, tan solo abrí los ojos y me incorporé, dejando que cargara con mi peso y saliéramos del coche.
El aire frío de la noche me hizo despejarme levemente, y el mareo remitió un poco, concediéndome el permiso de poder abrir bien los ojos y enfocar la vista. Estábamos ante el portal de mi casa.
Pero antes de que fuera capaz de decir nada, noté como Eames empezaba a meterme mano:
- Eh… ¡eh! ¡¿Qué cojones haces?!
- Buscando donde tienes guardadas las llaves.
- ¿Es que piensas subir conmigo?
- Claro, no te voy a dejar así.- contestó mientras encontraba el llavero y nos acercaba hasta la puerta, abriendo esta.
- Yo no quiero que subas.
- Ya claro, encima que te salvo el culo, te traigo en taxi, no me vas a dejar subir a tu casa.- volvió a agarrarme de la cintura para ayudarme a caminar.
Pero esta vez me separé de él bruscamente, logrando mantener el equilibrio apoyando una de las manos contra la pared:
- Eames, joder, que no quiero tener que dormir contigo.
- Como si yo quisiera acostarme con un borrach…
- ¡No quiero darme la vuelta mañana y no verte en la cama!
Pero la razón más fundamental por la que odiaba a Eames, es que si me daba alcohol, podía decirle las verdades que más profundamente me negaba a diario.
Cerré los ojos. El mareo había vuelto con mucha más fuerza que antes. Notaba como el suelo se balanceaba bajo mis pies, y todo a mi alrededor daba vueltas:
- ¡Y no quiero que sepas que no he desayunado y no te importe!
- Arthur, estás demasiado bebido para saber de lo que estás hablando.
- ¡Yo también quería un muffin! ¡Que compraras uno para mí y me lo guardaras hasta que yo lo cogiera!
Aún mantenía los ojos firmemente cerrados, pero pude notar como se acercó.
Le odiaba con toda mi alma. Solo él podía conseguir que toda mi personalidad se fuera al traste y me convirtiese en una mujercita llorona. Podía conseguir que dijese cosas de las cuales me arrepentiría cuando las recordara. Era capaz de hacer que mis ojos llorasen cuando no quería que nadie lo viera.
En resumen, Eames me moldeaba a su antojo:
- Dime que es lo que quieres ahora, Arthur.
Abrí los ojos y me perdí en los suyos, a escasos centímetros de los míos:
- Quiero que me beses.
Y eso hizo.
Introdujo su lengua bruscamente en mi interior, y comenzó a besarme con furia, como si quisiera hacerme tragar de alguna manera algo que solo vivía dentro de su boca.
Yo le abracé con fuerza, y él aprovechó para volver a agarrarme de la cintura, pegándome a su torso sin dejar de besarnos.
Comenzó a andar hacia atrás sin soltarme, y entramos en el ascensor. Mi espalda chocó contra la pared del fondo, y abrí los ojos para ver como entraba, pulsando el botón de mi piso antes de abalanzarse sobre mí.
Sus manos desabrocharon mi chaqueta y camisa, que quedaron medio colgadas de mis huesudos hombros. Yo no podía estarme quieto, y mi boca mordía su barbilla, su cuello, su oreja, deseaba marcarle en cada trozo de piel al que podía acceder.
Era como si fuésemos a contrarreloj y debiésemos de terminar ese “trabajo” antes de “despertarnos”.
Colé mis manos bajo su camisa y arañe sus pectorales, gozando ante el jadeo que escapó de entre sus labios. Aunque mi posición de dominante duró poco, ya que su mano derecha desabrochó mi cinturón y se coló bajo los pantalones, acariciando mi miembro sobre la ropa interior.
Las puertas del ascensor se abrieron al mismo tiempo que dejaba escapar mi primer gemido. Él rió contra mi oído, y eso fue aún más excitante que cualquiera de sus caricias.
Logramos entrar a mi piso trastabillando, logrando mantener el equilibrio de milagro. A cada paso que dábamos era una prenda de ropa menos, y mientras dejábamos nuestro caminito de miguitas de pan hacia el dormitorio, los besos no cesaban.
Caímos hechos un enredo de pies y brazos sobre el colchón desnudo. Normalmente yo era mucho más calmado, más sosegado. Deseaba, que si lo hacíamos, poder deleitarme de cada segundo, besando, acariciando, mordiendo, observando, lo que fuera. Era demasiado metódico incluso en eso.
Pero ahora no. Supongo que serían efectos del alcohol, pero una necesidad imperaba sobre todas las demás.
Quería más de él.
Daba igual lo que hiciera, era insuficiente.
Si era necesario que me hiciese sangrar, que lo hiciera. Pero el tacto que nuestras pieles gozaban a cada roce era tan nimio que deseaba que fueran nuestros huesos los que chocaran desnudos los unos contra los otros.
Ni siquiera preparó ningún preliminar, cuando menos me lo esperaba ya estaba dentro de mí. Me llenaba totalmente.
Y aún así, quería más.
Cuando le abrazaba le clavaba los dedos en la carne, mis besos eran con los dientes mas no con la lengua… quería devorarle si era necesario.
Si con eso conseguía que fuera solo mío, lo haría gustoso.
Aún estaba dormido, pero los primeros rayos del sol dieron de pleno contra mi rostro, traspasando los parpados cerrados e invadiendo mi sueño, si es que estaba soñando.
Abrí los ojos lentamente, con una pesadez de la que ni siquiera era aún consciente. No debían ser más de las siete de la mañana, y aunque lo intentara ya no sería capaz de volver a conciliar el sueño.
Malditas persianas… debería haberlas bajado anoche. Pero supongo que estaba demasiado ocupado en otras cosas como para acordarme de ello.
Cerré los ojos y noté como un pinchazo me atravesaba la cabeza. Había bebido demasiado aquella noche. El sabor de la absenta y del vomito aún quemaban mis garganta.
Estaba cubierto por mi propia chaqueta, y la única prenda que aún conservaba era el calcetín mal puesto del pie derecho.
Me dolía todo el cuerpo, por no hablar de la cabeza, pero no podía permitirme el lujo de quedarme en la cama. Cerré los ojos antes de bostezar y me giré, sabiendo de sobra con lo que me iba a encontrar.
Nada. No había nada con lo que encontrarme.
Sonreí. Había sido un idiota al pensar que podría estar allí, al otro lado. Realmente habría sido muy raro habérmelo encontrado.
Supongo que era una norma no escrita entre nosotros desde hacía años. Podíamos follar como dos animales en celo esporádicamente. Pero ya fuera en mi casa, en la suya, en su hotel o en el mío, nunca, JAMÁS, nos despertábamos juntos.
Me mordí el labio inferior antes de incorporarme. El cuerpo me pesaba una tonelada, pero aún así me levanté y caminé hacia el baño para darme una buena ducha.
Necesitaba despejarme, dejar de pensar durante unos segundos en la noche anterior y centrarme en todo el trabajo que me esperaba durante el día. Quería quitarme el tacto de su piel contra la mía, de sus labios mordiendo mi carne.
Necesitaba dejar de pensar en él durante unos segundos.
Y así me duché, me vestí, recogí la casa, puse sábanas nuevas… Todo intentando mantener la mente en blanco, volver a recobrar aquella serenidad que tanto me caracterizaba. Dejar atrás el Arthur de Eames y volviendo a ser el Arthur normal.
Ajusté el nudo de la corbata antes de recoger la chaqueta y el maletín y cerré la puerta con llave mientras llamaba al ascensor. Aún tenía tiempo, así que me pasaría por el starbucks a por un café bien cargado antes de ir a la nave. Y si me apetecía y estaba el bus cerca, pasaría de ir caminando.
Pero todos mis planes se vinieron abajo cuando, al llegar al primer piso, las puertas del ascensor se abrieron y me topé de frente con Eames.
Estaba duchado y llevaba ropa limpia, aunque sus ojeras delataban que había dormido poco.
Y en una mano portaba una tabla con dos cafés, y en la otra…
- Muffins…
- ¡Buenos días, querido! Yo pensé que con la resaca que seguro que tienes hoy no irías al trabajo.
- Bueno, no estoy tan mal como crees.
- No sé, estabas tan mono dormido…
- Cierra el pico.- dije empujándolo para salir del ascensor y empezar a caminar por la calle, intentando alejarme de él y que no viese el sonrojo pronunciado que abarcaba todo mi rostro.
Pero pude escuchar perfectamente su risa antes de ir tras de mí y colocarse a mi lado:
- Los café son con mucha azúcar los dos, así que coge el que quieras. De los muffins uno es de chocolate con chocolate y el otro es el arándanos con almendras y nueces.
Su voz sonaba alegre, ligera… cariñosa.
Esa era una de las cosas que detestaba de Eames. Daba igual cuantas cosas le dijese, o las barbaries que me contestara él, su voz, cuando se dirigía a mí, siempre era cariñosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario